Parece que los docentes venimos con un chip de fábrica que nos obliga a mirar con cierto recelo cualquier libro escrito después del año 2000 o por alguien menor de treinta años. Si no huele a naftalina, aunque sea un poquito, no creemos que sea digno de entrar en nuestras aulas. Como para trabajar la literatura juvenil en el aula, vaya.
Y como, por regla general, la literatura juvenil tiende a estar escrita en este siglo y por gente más joven que nosotras, dinosaurias del pleistoceno que todavía pensamos que los noventa fueron hace diez años, solemos dejarla fuera de nuestras clases.
Como mucho, le damos un pequeño resquicio en primero y segundo de ESO, pero a partir de tercero, ¡pum!, se acabó cualquier libro que use cosas tan modernas como un ascensor, una plancha eléctrica o (gasp!) un teléfono.
A no ser que sea de esos que hay que sujetar con las dos manos porque la boca y la oreja van por separado, vaya.
La literatura juvenil está luchando todavía por quitarse el sambenito de “literatura menor”. Solo hace falta un breve paseo por las redes sociales para ver los comentarios de un montón de autores y autoras hasta el moño de oír aquello de “¿y tú cuándo vas a escribir algo más serio?”.
Reconozco que yo también he caído en esta trampa y he sido de las que ha dudado de la calidad de una literatura específica para adolescentes; incluso escribí un post sobre ello, que no voy a borrar porque creo que aceptar nuestros errores es un signo de madurez (y de personas sumamente inteligentes, y bellas, y atléticas, y… ¿de qué hablaba yo?).
No digo que la literatura juvenil no tenga sus fallos; los tiene, y muchos, sobre todo la que viene de esos “influencers” que utilizan los libros como un elemento más de su merchandising. Pero una vez que empiezas a leerla (la buena, la de calidad, que hay mucha), te das cuenta de que su utilidad en el aula es grande. Y que desaprovecharla supone un error.
Beneficios de trabajar la literatura juvenil en el aula
1. La literatura juvenil habla su idioma
Te voy a decir algo que sé que es muy duro de escuchar: eres mayor de lo que tú te crees.
La mente humana tiene muchas estrategias para hacernos creer que somos más jóvenes de lo que en realidad somos. Es verdad que, si nos comparamos con la generación de nuestros padres, nuestro modo de vida es muy distinto al que tenían entonces con nuestra edad, por no hablar de nuestro aspecto gracias a la mejora de la calidad de vida (ya no tenemos que ir a lavar al río, parir diez hijos o trabajar dieciséis horas a pleno sol; bueno, esto último a veces sí, ya lo sé).
Yo siempre digo que tengo el cuerpo de una octogenaria y la mente de una veinteañera, pero me basta una hora con alguien de menos de treinta años para darme cuenta de que va a ser que no. Soy de otra generación y se nota.
Octogenaria mental espero no ser nunca. Con todo mi respeto a las octogenarias, muchas de las cuales están más lozanas y activas que yo.
Las lecturas obligatorias de toda la vida, los clásicos que hemos leído siempre, tienen un nivel excelente para trabajar muchas cosas, pero no les hablan a nuestros chicos y chicas de la realidad de sus días. Una de las cosas que hace que nos guste leer y que queramos hincarle el diente al próximo libro en cuanto terminamos uno es la empatía que logramos con los personajes; por eso tienen tanto éxito las novelas románticas o las de aventuras (de espadachines y de faldas, me da igual), porque nos ponemos en el lugar de los personajes y tenemos la oportunidad de vivir una vida que, de otra manera, no viviríamos.
(O sí, yo qué sé. Allá cada cual con su conciencia y los cuernos que pone a quien tenga que ponérselos. O las vueltas al mundo, viajes al centro de la Tierra y mercadeo de anillos que se gaste cada cual).
Esa empatía es muy difícil de lograr cuando tienes ante ti un texto en castellano antiguo, o uno donde los personajes se están declarando amor eterno en un lenguaje tan enrevesado que no entiendes nada.
¿Significa eso que no deban llevarse al aula? ¡Para nada! Pero no viene mal, de vez en cuando, dejarles caer una obra donde los personajes tengan algo que ver con ellos y ellas.
Aunque sea en un mundo de fantasía que no existe en realidad pero tiene más en común con el nuestro de lo que nos gustaría.
2. Trabajar la literatura juvenil en el aula te ayuda a conocer a tu alumnado
Me gusta que la gente me recomiende libros, pero más me gusta que los libros me recomienden gente.
¿No te ha pasado nunca que has visto a una persona leyendo un libro que te gusta o por el que tienes interés y, sin haber cruzado una palabra con ella, ya te cae bien? A mí me pasa a menudo.
Por desgracia, también me pasa al revés. Cuando veo a alguien leyendo un libro que odio (a veces sin leerlo, no tengo vergüenza, lo sé), pierdo interés en conocer a esa persona. Algo injusto, porque igual está haciendo como yo y lee libros horribles solo para poder decir que lo ha leído y que sí, en efecto, es horrible.
(Porque pensar que mi opinión no es dogma no, ¿eh? Si yo digo que un libro es malo, es malo. Eh. Ojo. Que soy la guardiana del buen gusto literario, por si no te habías dado cuenta ya).
Llevar eso al aula es muy fácil. Saber qué tipo de libros lee tu alumnado y que ellos y ellas sepan qué lees tú te va a ayudar a crear un clima más cercano con el grupo. Tú vas a poder conocerlos a un nivel más profundo y ellos y ellas van a humanizarte. Vas a dejar de ser alguien que solo piensa en suspenderles el próximo examen y vas a pasar a ser alguien que lee fantasía/terror/ciencia ficción/libros escritos por señores con bigote que fuman pipa y llevan muertos más de cien años.
O que lee literatura juvenil para recomendársela a sus alumnos. Y eso mola.
3. La literatura juvenil llega a aquellos que no llegan
Con la cantidad de niveles que hay en una clase, conseguir que todos y todas sean capaces de entender una lectura al mismo nivel es poco menos que imposible. Tendrás gente que sea capaz de analizar el subtexto de una obra de Galdós mientras que parte de tu clase quizás no sea capaz de decodificar correctamente (estoy pensando en los recién llegados que no tienen el idioma aún, pero me vale también para todo ese alumnado con problemas de dislexia, por ejemplo).
La literatura juvenil e infantil tiene un rango tan amplio de niveles que va a ser muy difícil no encontrar un libro que encaje con el perfil de un alumno o alumna. Si tienen problemas, la motivación para leer el libro va a determinar mucho el empeño que le pongan a la lectura; si el libro que les toca leer no les interesa y encima les cuesta, lo van a dejar en la primera página.
Te veo negar con la cabeza, sé lo que estás pensando. “Quieran o no, tienen que leer a cierto nivel. Necesitan tener una buena base para pasar de curso, para ir a la universidad, para tener comprensión lectora. Me da igual que no les guste el texto, tienen que hacerlo”.
¿Te ha tocado leer alguna vez un texto infumable en lenguaje jurídico, por ejemplo, que has querido dejar por puro aburrimiento? Piensa en las escrituras de tu casa. O en el vocabulario del contrato de un préstamo.
Lo lees porque eres una persona adulta que sabe que se juega mucho si te cuelan una cláusula abusiva, pero no porque te guste o te motive. Si pudieras, contratarías a alguien que leyera eso por ti.
¿Has probado a leer un texto que te interesa mucho en una lengua que no controlas demasiado? ¿No has hecho un esfuerzo por descifrar lo que pone en los titulares de los periódicos cuando vas a Reino Unido, a Francia, a Alemania?
Una de las mayores motivaciones que tuve yo para aprender inglés de adolescente era el cómic del libro de texto que usábamos en la academia a la que iba por las tardes. En él se contaba la historia de un pobre pringado que estaba loco por una chica que salía con un idiota; en cada unidad, la historia avanzaba, y con ella el nivel de dificultad del idioma, claro. Yo me adelanté a toda la clase porque quería saber cómo acababa aquello y me lo leía en casa, diccionario en mano, para ver si el pobre pringadillo conseguía por fin conquistar a la chica y al dichoso Bruce se lo comían las cucarachas.
(Spoiler: lo consiguió. Creo que todavía tengo el libro en casa).
Quieres esa motivación en tu aula. No digo que la literatura juvenil vaya a conseguirlo por sí sola, pero ayuda.
4. Quieres que el trabajo continúe en casa
Si eres profe, sabes qué subidón supone que alguien te diga que ha estado investigando en casa eso de lo que hablasteis ayer. Que se han vuelto a poner la canción que usaste para rellenar los huecos en clase de Inglés; que han mirado lo que les contaste sobre el papa aquel que vivió en Vitoria durante un mes porque se quedó encerrado en la ciudad por la nieve; que han hecho una maqueta de la catedral que visitasteis porque les pareció una pasada.
Lo mismo pasa cuando te dicen que se han leído el libro del autor que les recomendaste. O cuando te piden que lo compres para la biblioteca del colegio.
Creo que ya lo he contado en algún otro post, pero el curso pasado una niña me trajo un libro porque estaba segura de que me iba a gustar. No acertó (me pareció que trataba a su público juvenil con condescendencia), pero me sirvió para recomendarle yo un libro, Los nombres del fuego. Le encantó. Me pidió más. Y el resto de la clase, al ver el pique que tenía la peque con los libros que le recomendaba, se picó también.
Vaya tráfico de libros había en esa clase. Hay drogas duras que se venden con menor entusiasmo.
No todos los libros eran Literatura, así, con mayúsculas; había algunos críos con un nivel muy bajo de lectura y comprensión, bien porque tenían problemas o bien porque no habían leído demasiado hasta entonces. Pero las horas que le dedicaron a la lectura ese año se multiplicaron de tal forma que más de uno y más de dos subieron un curso entero en su nivel de comprensión. Solo por el hecho de dejarles leer lo que les daba la gana, valorar sus lecturas y dejarles contar sus impresiones sobre ellas.
Soy consciente de que no es tan fácil. Las horas son las que son, el contenido que hay que dar es inmenso, la ratio está por las nubes. Solo quiero que tengas en cuenta el valor que la literatura juvenil puede añadir a tu clase, el gran favor que le haces a tu alumnado si, de vez en cuando, cuelas un libro de este siglo entre las lecturas del aula.
Incluso aunque el libro lo elijas tú. Que, al final, eres quien manda.
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