Sí, soy masoca y me va la marcha. Sí, sé que me vais a linchar. Sí, sé que, con un título como el de este post, lo único que me libra de una lapidación pública es el hecho de que lo estoy diciendo desde la distancia y que llevo puesta una armadura de acero forjado, por si alguna piedra llega de la mano de un vecino. Porque sí, estoy a favor de las lecturas obligatorias (a partir de ciertos cursos) y os voy a explicar por qué. No lancéis la piedra todavía, por favor. Permitid que me explique.

Esperad un momentico que me ajuste el casco… Ya.
Imaginaos esta conversación entre, pongamos, dos madres de chicas adolescentes:
—Oye, ¿tu niña qué ecuaciones hace en casa? A la mía le encantan las de tercer grado. Es que se pasa las horas muertas con ellas, chica, le tengo que apagar la luz por la noche porque si no le darían las tantas.
—Uy, no, la nuestra es más de integrales y derivadas. Se las lleva a la playa, las saca en el autobús, cuando nos vamos de vacaciones… No le duran nada, no hacemos más que comprarle libros de ejercicios de integrales, qué tía.
—Me dijo Puri el otro día que su hijo se ha quedado en multiplicaciones y divisiones. Con decimales, eso sí, pero fíjate, en cuarto de la ESO y todavía así.
—Ya, chica, pero qué quieres. Total, va a ir por humanidades, ¿no? Bastante hace. Lo importante es que no deje nunca las matemáticas, pero oye, cada uno a su nivel.
—Sí, también tienes razón.
Jamás en mi vida he escuchado una conversación como esta. Estoy segura de que es ficticia, porque me niego a creer que haya nadie en su sano juicio que disfrute haciendo ecuaciones de tercer grado en su tiempo libre (aunque, lo reconozco, una vez que pillé la mecánica, hasta me gustaban). No se puede ser tan friki como para pasarte una tarde haciendo derivadas e integrales. Y, si lo eres (y terminas siendo la próxima Steve Jobs), seguro que tu madre no fardaría del tema. Porque nadie espera que a alguien le guste hacer matemáticas o física en su tiempo libre, y cuando lo hacemos nos toman por raritos. Sin embargo, todo el mundo espera que los adolescentes lean. Más que esperar, lo desean.
Y yo la primera. Me muero de gusto cuando veo a un chaval o chavala con un libro en la mano en lugar del móvil. Me encanta ver que la gente lee, en general, y especialmente los más jóvenes. Quiero que lean lo que quieran en su tiempo libre, que disfruten de la literatura, que se pierdan en sus mundos imaginarios. En su tiempo libre.
Porque, y muy a pesar de la opinión generalizada últimamente, soy de las que piensa que en el instituto y la universidad no son lugares para hacer afición a la lectura. Ojo, estoy hablando de cursos altos, de chavales y chavalas bien pasados los catorce e incluso los dieciséis. Soy de la terca opinión de que, a esa edad, los adolescentes ya tienen bien claro si les gusta leer o no. Que no quita para que alguno cambie y, en su edad adulta, descubra el placer de leer que no descubrió de crío, pero creo que el instituto no tiene ninguna relación con el gusto o rechazo hacia la lectura.
No conozco a ningún chaval o chavala que haya dejado de leer (o empezara a hacerlo) porque en el instituto le obligaran a leer El Quijote.
No conozco a nadie que empezara a leer (o dejara de hacerlo) porque en clase les permitieran leer libros del tipo de El Código DaVinci.
Conozco gente que le ha cogido manía a un libro en concreto porque se lo enseñaron mal en el instituto. Igual que conozco gente que encontró su libro favorito gracias a las lecturas obligadas del instituto (servidora, por ejemplo; mi amor por La Regenta se lo debo a mi peor profesora de literatura, pero esa es otra historia).
Creo que el problema está en que la literatura siempre se ha visto como un pasatiempo. Leer está bien visto, es una afición que se relaciona con un nivel cultural alto (por mucho que, con ciertos libros, quizás estuvieras mejor viendo la tele. Sí, hablo de ti, saga Crepúsculo). Está demostrado que tiene infinidad de ventajas, tanto cognitivas como sociales: nos hace más empáticos, nos protege contra enfermedades degenerativas, relaja y nos ayuda a entender mejor a los demás. Pero una cosa es leer por placer y otra cosa es la asignatura de literatura. Para mí son cosas que no tienen absolutamente nada que ver.
Las asignaturas “de letras”, en general, siempre se han visto como un peldaño por debajo de las “de ciencias”. Saber historia está bien, si se te da bien la geografía qué guay, mola que te guste leer. Pero las asignaturas serias, las de empollar, siempre han sido las matemáticas, la física, la química, esas que te llevan a trabajar en algo que no sea la educación o las artes. No veo yo a la gente quejándose de la obligatoriedad de las integrales, y no he visto cosa más inútil en la vida. ¡Cuántas horas debí pasarme delante del cuaderno hasta que las entendí! Todo para aprobar un examen y pasarme a letras puras al año siguiente. Que a una le gustan los retos, pero masoca no es (al menos no siempre; otras veces le da por escribir entradas como esta).
“Pero hacerles leer a los críos La Regenta, La Celestina, El Quijote… ¿Para qué sirve? No lo entienden, les viene grande, son libros infumables que ni siquiera los adultos entienden o quieren leer”.
Por eso necesitan leerlos en el instituto. Porque van a tener a alguien que pueda explicárselos y ayudarles a sacar todo el provecho posible de ellos.
Porque, por sí solos, nunca leerían estos libros (que sí, son infumables), y sería una pena, porque son la base para entender toda la literatura que vino después.
Porque los clásicos lo son por algo, y por mucho que a mí me gusten las novelas de misterio, la riqueza de léxico, estructural, histórica o temática que tienen estos libros es mucho mayor de lo que ellos y ellas van a estar dispuestos a leer en su tiempo libre. Porque en su tiempo libre buscan evadirse, y eso está genial. ¡Para algo es su tiempo libre!
Sin una persona que les guíe y les ayude con este tipo de lecturas, los adolescentes no captarían ni una pequeña parte de los matices de la obra.
“Pero, ¿es necesario que lo capten? ¿De qué les va a valer entender el concepto de género en La casa de Bernarda Alba si luego van a ir de reponedores al Eroski, tal y como está la economía? ¿No estarían mejor aprendiendo algo útil, como programación informática, y dejando las lecturas para el ratito de antes de dormir?”
Depende del concepto de educación que tenga cada uno, supongo. Yo, que creo que el objetivo de la educación en todos los niveles es el de crear seres pensantes, críticos y constructivos, doy mucha importancia a que una chica de dieciséis años entienda cómo era la sociedad hace solo cien años, o que un chaval de diecisiete vea la hipocresía del clero en el siglo XIX y extrapole sus propias conclusiones. Si queremos ser la cantera de empleados de la CEOE, sí, quizás deberíamos dar más Scratch y menos literatura. Pero haced el favor de avisarme para que yo pueda bajarme de este tren.
Las máquinas pueden programar. Los ordenadores pueden hacer cálculos complejos mucho más rápido de lo que un ser humano podrá llegar a hacerlo nunca. Ciertos animales pueden incluso llevar a cabo operaciones de cálculo sencillas (y si no, prueba a enseñarle tres chuches a tu perro o gato y dale solo uno, verás cómo te sigue por toda la casa hasta que le des los otros dos). Pero solo los seres humanos podemos apreciar la ironía, la belleza, los dobles sentidos, el arte en general. Y eso también se educa. Y para eso, nos guste o no, los ejemplos que les damos tienen que ser de calidad. No podemos enseñar qué es el arte, por ejemplo, con el cuadro del vecino jubilado que lleva dos años dando clase de pintura. Quieras que no, tendremos que enseñarles las estatuas griegas, aunque se haya quedado antiguo y no tenga nada que ver con lo que a ellos les gusta.
Cuando estaba en COU (sí, soy así de vieja) tuve la suerte de encontrarme con el mejor profesor de literatura que he tenido nunca. Ese año nos tocó leer un montón de libros de esos que todo el mundo protesta últimamente. Recuerdo en especial La casa de Bernarda Alba y San Manuel Bueno, mártir, pero no por las palabras de los libros, sino por las explicaciones de este profesor. Nos los hizo vivir. Nos habló de tal manera de la obra de Lorca que me lancé al libro con ansia, aunque me llevé un chasco tremendo porque no me gustó nada. Pero luego vi una película que echaron en la tele, y quiso la casualidad que llegara la obra de teatro a Vitoria mientras estábamos trabajando el libro. Me lo volví a leer, y lo entendí mejor. No lo he vuelto a retomar, pero me acuerdo de todo. Sobre todo, me acuerdo de lo que me hizo sentir. A mí jamás en la vida se me hubiera ocurrido leer a Lorca por mi cuenta, pero con aquella obra me enganché a él.
(Reconozco que el enganche me duró poco. No es, ni con mucho, mi autor favorito, y su poesía terminó empalagándome. Pero aún recuerdo los temas, los tropos y hasta trozos enteros de poemas. Y me descubrió la Guerra Civil y la época previa, que nunca me habían interesado y me fascinan desde entonces.)
Lo que quiero decir es que la literatura, en el instituto, tiene que estar al mismo nivel de respeto que el resto de asignaturas. Si me van a coser a ecuaciones de tercer grado o a derivadas e integrales QUE AÚN NO SÉ PARA QUÉ SIRVEN Y NUNCA HE NECESITADO PARA NADA (qué trauma tengo con este tema, pero es que me costó más de un disgusto), entonces en literatura te lo voy a poner difícil porque es el momento de ponértelo difícil. Es el momento de que hagas un esfuerzo aquí, con una persona que te va a ayudar y un sistema de apoyo que va a lograr que entiendas no solo este libro, sino todos los que vinieron detrás.
Y sí, ya sé que La Celestina en castellano antiguo es mortal (¿tanto les costaría darla en castellano moderno?), que El Quijote es infumable en su mayor parte, que Galdós y Delibes son para gustos, y que quién tuviera el mismo tipo de literatura que los de habla inglesa (Frankesntein, Tom Sawyer, Jane Austen… Pero ojo, que también tienen a Shakespeare y a los poetas románticos, que a mí me resultan corta-venas totales). Pero es que aquí, por lo que fuera, nos tocaron los chapas, qué le vamos a hacer. Y donde unos leen el Drácula de Bram Stoker, aquí nos toca leer La Regenta. Podría ser peor: los rusos tienen a Ana Karenina, Dostoievsky y su santa madre. Imaginad leer aquello con dieciséis años.
Ya está, esto era todo lo que tenía que decir sobre las lecturas obligatorias. Ya podéis apedrearme a gusto en los comentarios, pero os pido que me deis argumentos de peso para hacerme cambiar de opinión. Que una es vasca y Escorpio, y la cabezonería me viene de serie.
(No pienso quitarme la armadura, apuntad donde queráis. Llevo casco. No duele. Casi. Ay.)
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