Blog Programa de Profesores Visitantes

Profesores visitantes: balance del primer año

10 junio, 2020

Ya estoy de vacaciones. Ya se ha acabado el 2019-2020. Toca hacer balance de mi primer curso dentro del programa de profesores visitantes.

Que este curso iba a ser distinto me quedó claro cuando pasé la entrevista para el programa en abril. Una mudanza trasatlántica, el papeleo que conlleva algo así, un vuelo de diez horas… Todo apuntaba al cambio.

Obviamente. Vaya lumbrera estoy hecha.

Lo que no me esperaba, claro, era vivir desde aquí una pandemia mundial o un momento de protestas civiles como las de los años sesenta. Pero bueno, eso no estaba en mi mano y no lo voy a contar en el balance del curso.

Otras muchas cosas, sí. Porque he vivido de todo.

 

Por motivos obvios, no he podido viajar tanto como me hubiera gustado. Pero alguna maravilla me ha tocado ver.

Primer año en el programa de Profesores Visitantes

Soy una firme defensora de que los cambios son necesarios en la vida.

La mente humana tiene tendencia a acomodarse en lo conocido, pero no porque eso conocido sea bueno, sino porque nos sentimos seguras, aunque nuestra situación nos haga daño.

Quedarte en un trabajo que no te gusta, en una relación que no funciona, en un grupo de Whatsapp que ya no te aporta nada…

Nos cuesta hasta cambiar de desodorante, leñe.

El cambio nos da miedo porque supone crear esquemas mentales nuevos y porque hay una posibilidad de que vayamos a peor. Esto nos da tanto miedo que ignoramos el hecho de que el cambio es la única manera de mejorar.

Preferimos quedarnos atascadas donde estamos antes de arriesgarnos a mejorar. De locos, pero así es.

Yo estuve atascada en ese lugar durante muchos años. Cambiaba pequeñas cosas en mi vida que no conseguían sacarme de donde estaba. Necesitaba un cambio radical que fuera más allá de cortarme el pelo.

No fue hasta que la ansiedad  me puso contra las cuerdas que me di cuenta de que algo tenía que hacer.

Y me vine a Texas de profesora visitante.

Lo mejor del curso 2019-2020

Normalmente, en estas listas se deja lo mejor para el final. Yo voy a saltarme los convencionalismos y voy a empezar la lista con lo mejor:

Publiqué libro nuevo en noviembre. 

Eso por un lado. Y por otro, y quizás más importante:

He recuperado la ilusión por enseñar.

Así de crudo. Y no ha sido porque aquí las cosas se hagan mejor, porque mi alumnado haya sido algo del otro mundo, porque la escuela haya hecho nada especial.

Ha sido por el cambio.

Necesitaba salir de mi burbuja, ver otras maneras de hacer las cosas, volver al aula después de dos años en dirección. Pero no quería volver a dar solo Inglés, quería hacer algo distinto.

Y pocas cosas más distintas que ser tutora en un aula de Primaria en Texas podía encontrar.

A nivel personal, cambiar de aires me ha ayudado a redescubrirme. Nada como encontrarte en un entorno desconocido para darte cuenta de lo que eres capaz, de que muchas de las cosas sobre ti que dabas por sentadas no son verdades absolutas.

Que no eres tan tímida como creías. Que quizás no seas tan introvertida.

Que la profesionalidad se nota, en cualquier lado del charco. Que si haces las cosas bien, se va a valorar en inglés, castellano, euskera o chino mandarín.

Darte cuenta de quién eres a los cuarenta y cuatro años tiene mucho más mérito del que parece.

Te he mentido un poco al principio de la lista, porque al final voy a terminarla con lo mejor de este curso: la gente. Todas las personas maravillosas que he conocido este año.

Gente con la que no hubiera coincidido fuera del programa de Profesores Visitantes. Personas a las que no me habría acercado en mi habitat natural que se han convertido casi en familia.

Venía a cambiar de vida y vaya si lo he conseguido.

Lo peor del curso 2019-2020

En un balance de curso sincero hay que incluir las partes que me hicieron pensar que me había equivocado.

El comienzo de curso fue una puñetera pesadilla. Primero, porque vine sin haber tenido vacaciones (terminé el curso en Vitoria el cinco de julio y el quince estaba aquí) y con un nivel de estrés que me hacía llorar por las esquinas.

No te das cuenta de lo mal que estás hasta que estás bien. Y joder, qué mal estaba yo el verano pasado. Qué mal.

A ese estrés que ya traía en la maleta le sumé el empezar el curso en un entorno completamente nuevo. Me vine muy suelta, convencida de que mi experiencia en California me iba a ayudar a adaptarme mucho más rápido, pero me olvidé de varios factores que al final marcaron mi vida hasta octubre:

  • California y Texas se parecen tanto como Sevilla y Ermua.
  • Cuando llegué a California tenía 23 años. No es lo mismo venir con 43, por mucho que yo misma insista que la edad es solo un número.
  • Los veinte años en tecnología, nuevas leyes educativas, etc. pesan más que los años en mi cuerpo serrano.

Si a eso le añades los horarios de locura que nos encontramos al principio (jornadas de doce horas en el colegio), la formación obligatoria casi diaria, no poder preparar tus clases como te gustaría porque tienes que atender reuniones, formación, etc., la burocracia, la mudanza, la compra del coche…

No sé cómo sobreviví a esos primeros meses de curso. Según lo escribo, me dan sudores fríos.

A partir de noviembre, la cosa se hizo más llevadera. Quizás fuera el descanso de la semana de Acción de Gracias, o quizás ya controlaba la enorme cantidad de novedades que había ido aprendiendo sobre la marcha. Pero entonces llegó la disciplina.

No en mi clase, que controlé bien desde el primer día porque era un grupo muy majo. La disciplina en los pasillos.

Y es que el hecho de venir de una cultura distinta es un factor importante a la hora de imponerte en los pasillos con según qué alumnado. No quieres meter la pata y no sabes hasta dónde puedes llegar con una bronca; aquí las cosas se hacen de otra manera, como ya te expliqué en este artículo, y es mejor pecar por quedarse corta que por pasarse.

Cuando tienes la mecha corta (como es mi caso), que se te enfrenten según cómo es difícil de manejar.

Y luego está el inglés. Que sí, que tengo un C2 y me manejo con soltura, pero aquí hablan texano y hay acentos muy difíciles de decodificar.

Por no hablar de mis problemas de oído. Ay.

Pero, si tengo que hacer balance de mi primer curso dentro del programa de Profesores Visitantes siguiendo solo mis impresiones y dejándome llevar por cómo me siento ahora, no me queda ninguna duda de que ha sido un buen año. Con sus luces y sus sombras, como todo, pero una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.

Incluso con una pandemia mundial. Sobre todo porque aquí tenía balcón y en Vitoria, no.

Solo espero que el balance del curso que viene sea también positivo. Si he podido sacar cosas buenas del curso más extraño de toda mi carrera, seguro que a partir de ahora todo va a ir bien.

Pasa buen verano. Y sigue lavándote las manos.

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2 Comments

  • Reply Adrián Kellermann 15 junio, 2020 at 5:06 pm

    Lo que pasa, querida Ruth, es que tú eres una profesional de los pies a la cabeza. Ánimo con el 2020/2021.

    • Reply Ruth 15 junio, 2020 at 6:18 pm

      Mira quién fue a hablar ;-). Abrazo fuerte.

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