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Cómo usar el humor en el aula

28 mayo, 2018

El humor es un arma de instrucción masiva.

Llevo tanto tiempo diciendo esto que, si no se me ha ocurrido a mí, he olvidado a quién se lo he robado, así que si el autor o autora original da con este artículo, perdón, perdón, perdón (y dime quién eres para que te pueda citar). Es una verdad tan grande que no entiendo cómo no hay una asignatura en Magisterio sobre cómo usar el humor en el aula. Pero usarlo bien, ojo. Porque el humor, mal usado, te convierte en una persona graciosilla. Y a nadie le gusta tener a un graciosillo dando clase.

Mucha gente se queja de que ahora no se puede ser graciosa o gracioso sin ofender a nadie, porque todo el mundo tiene la piel muy sensible. No estoy de acuerdo. Se puede ser la persona más graciosa del mundo sin insultar de forma individual o a un colectivo en general, y si no me creéis podéis pasaros, por ejemplo, por el blog de Gabriella y ver cómo usa ella el humor en cualquiera de sus artículos. O, sin salir de este blog, por aquí, aquí, y aquí. Será por risas.

Yo uso mucho el humor en clase. Por un lado, porque sé que, cuando cuento una anécdota divertida relacionada con el contenido, los chicos y chicas lo recuerdan con más facilidad y les ayuda a hacer conexiones con conocimientos previos. Pero sobre todo, porque me ayuda a romper esa distancia que siempre hay entre alumno y docente, por muy “profe guay” que nos creamos. Nos hace humanos, nos convierte en seres tridimensionales en lugar de una presencia a quien hay que respetar porque tiene poder. Y esto les ayuda a confiar en nosotros y nosotras, y pedir ayuda si alguna vez la necesitan.

Y eso es crucial.

También es verdad que, a lo largo de los años, me he encontrado gente que cree ser graciosa pero que en realidad da mucha penita. Usar el humor en clase no significa ponerse nariz de payaso y pasarse la hora contando chistes de Jaimito (he ahí un tipo de humor que no debería ofender a nadie en clase). Significa darle la vuelta a una situación, hacerla más ligera con una anécdota o reírte de ti misma cuando metes la pata.

Pero hay normas. Porque sí, es muy fácil meter la pata con el humor.

Cómo usar el humor en el aula sin parecer gilipollas idiota tonta

Si no te sale, no lo hagas

Empezamos por la mayor, la que va a ahorrar disgustos a más de uno y una: si no te sale, déjalo. No puedes usar el humor en el aula si tu carácter es serio por naturaleza. Si eres de las personas que siempre contesta “no lo pillo” cuando te cuentan un chiste, ni lo intentes. Te va a salir forzado, tus alumnos y alumnas no se van a reír o, lo que es peor, se van a reír de ti. Y la gracia de usar el humor en el aula es que se rían contigo y que les sirva para aprender mejor.

A no ser que tu objetivo sea que se rían de ti, claro. ¿Que por qué vas a querer que se rían de ti? Espera, impaciente, que voy.

(Menos si eres de las personas que no tienen sentido del humor. En ese caso puedes dejar de leer ya, si quieres, porque total «pa qué»).

Ríete de ti misma (y deja que la clase también lo haga)

Si hablamos de romper barreras entre docentes y alumnado, nada mejor que reírse de una misma.

Esto ha funcionado así toda la vida. Estás con tu amiga, que se queja de lo mucho que ha engordado los últimos meses, y tú, trozo de bizcocho en mano, tratas de darle ánimos sin que se te note que sí, te has dado cuenta de lo que ha engordado.

—Qué me vas a decir a mí, que el otro día fui a comprar una blusa y la de mi talla casi la confundo con las cortinas del probador.

Tu amiga se va a sentir mejor, porque ver que los demás comparten tus “defectos”, manías, problemas o preocupaciones te ayuda a ponerlo en perspectiva. Y así quizás te ayude con el bizcocho y salves las cortinas del próximo probador.

En clase funciona igual. Cuando cometes un error, por ejemplo, tienes varias opciones: negarlo (“no, yo no he perdido vuestras redacciones, es que tengo tantas que corregir, porque siempre las entregáis tarde, que están en la base de la pila”); pedir perdón (“sí, no sé qué he hecho con la carpeta que me llevé a casa con vuestras redacciones, las he perdido. Ya podéis perdonar. Tendréis que volver a hacerlas”*); o reírte de ti misma (“¿veis mi mesa?, ¿veis ese desastre? Pues están ahí, en algún sustrato en el que aún no he buscado. No sé por qué la llamo “mesa”, cuando en realidad quiero decir Triángulo de las Bermudas”). ¿Con cuál os van a perdonar antes?

Vale igual cuando alguien no entiende una palabra en un texto, o cuando comenten un error leyendo en voz alta, o cuando meten la pata espectacularmente en una definición o un ejercicio. Cuéntales aquella vez que tú hiciste lo mismo, que leíste “albóndiga” en lugar de “alhóndiga”, y claro, no entendías nada. Y si nunca has cometido fallos de este tipo (o no te acuerdas de ellos, porque no me lo creo), te lo inventas.

Pero ríete de ti misma. También es bueno para tu salud mental.

*Por favor, no hagas esto. Si el fallo es tuyo, no hagas que lo pague la clase. No seas ESA docente.

Cuidado con la autoestima (no, la tuya no)

Tengo un crío en clase de sexto que lo sabe todo, y cuando digo todo, quiero decir TODO. Es un coco impresionante, le encanta la historia, los cómics, la literatura, es bueno en todas las áreas. Y es majo, trabajador y tiene un humor adulto que ya me gustaría a mí encontrar en el noventa por ciento de los adultos que conozco.

(Os juro que no me estoy inventando a este niño. Es menor y no puedo daros nombre y apellidos, pero existe. Preguntadme dentro de siete años y os enseño la foto como prueba).

Tal es su nivel que, cuando en una lectura se menciona algún personaje histórico o una zona geográfica que sé que no han estudiado y pregunto quién era o dónde está, la clase entera se gira hacia él. Y a veces no tiene una respuesta elaborada, pero siempre sabe de qué estamos hablando.

Joder, que sabía quién era Gengis Khan y dónde estaba Mesopotamia. QUE TIENE ONCE AÑOS.

Así que, a veces, le tomo el pelo. Porque sé que él sabe que yo sé que sabe (¿eh?), y cuando digo “a X no le preguntéis, que no va a saber”, o “qué mala suerte, os ha tocado X en el grupo, vais a tener que ayudarle”, sé que X entiende que quiero decir justo lo contrario.

X entendería hasta el párrafo que acabo de escribir, fijaos si es listo.

Por supuesto, esto solo lo puedo hacer con X, a quien además conozco desde hace cuatro años. Si eso se lo hago a la cría que le cuesta, la puedo hundir. “No trabajéis con Y, que le vais a tener que ayudar” se llevaría de la clase una mirada de pánico muy merecida, porque hay que ser mala persona para decir algo así. Y son las mismas palabras que he utilizado con X, pero con él sí puedo. Porque es mentira, y él lo sabe.

Para la gran mayoría de docentes, esto es de perogrullo, pero por desgracia no todos lo entienden. No puedes usar un niño o niña como objeto de tus chistes si no estás absolutamente segura de que el chiste no solo no le va a hacer daño, sino que lo va a elevar y va a reforzar los aspectos que se le dan bien. Os sorprendería saber cuánto les afectan nuestras palabras y con qué poco podemos herir (y curar también). Mucho de lo que hacemos o decimos en clase es involuntario, pero ojo con lo que podemos controlar.

El humor es de ida y vuelta

Si usas el humor con tu alumnado, es justo que tu alumnado lo use contigo. Y si no estás dispuesta a aceptar eso, es mejor que no lo uses.

Un ejemplo.

N es una niña con la que te llevas de cine y con quien tienes la confianza suficiente para bromear. La pobre tiene la taquilla hecha un verdadero desastre, y un día te cansas de ver hojas sueltas asomando por todos los rincones y cuadernos con las hojas dobladas por haberlos metido deprisa y corriendo. Te la llevas hasta la taquilla, la mano en el hombro, y se la señalas.

—Puedes hacer dos cosas con esta taquilla: sacarlo todo, ordenarlo y volverlo a meter, o empezar a usar guantes cada vez que metas ahí la mano, porque creo que he visto algo moverse ahí dentro y no era un spinner.

Con un poco de suerte, N elegirá la primera opción. Y un día quizás llegue a clase, se acerque a esa mesa que no has recogido desde el siete de septiembre, la mire y, sin decir palabra, te ofrezca un par de guantes de cocina con una sonrisa maliciosa.

Y tú te ríes, porque tiene razón.

Tira de chistes y anécdotas (e invéntatelas si no las tienes)

A principio de curso, estuvimos hablando de la importancia de las comas. Les dije que algunas comas pueden cambiar el sentido de una frase y es muy importante saber ponerlas bien, y la clase me miraba sin creerse mucho lo que estaba diciendo.

—¿Cómo va a cambiar el sentido? Solo marcan una parada cuando lees.

Y entonces les di el sempiterno ejemplo que aparece en todos los manuales de estilo. Porque no es lo mismo:

Vamos a comer, niños.

que

Vamos a comer niños.

Las carcajadas se oyeron en el piso de abajo. Y lo mejor: no se les ha olvidado, ¡y estamos casi en junio!

Anécdotas de este tipo, que arrancan por lo menos una sonrisa, hacen las clases más memorables y ligeras, y consiguen que todos y todas salgamos del aula con la sensación de haber tenido una buena hora. Creo que lo mejor que me puede decir una clase es “¿ya es la hora?” cuando llega el momento de marchar, sobre todo cuando es una sesión doble y se han pasado toda la tarde conmigo. Buena señal.


Si llevas un tiempo leyendo el blog, sabes que el humor es parte de quien soy, sobre todo cuando escribo. También reconozco que no siempre es fácil, y menos en esos días en los que no le ves la gracia a nada porque has dormido mal, has ido enferma a trabajar o es casi final de curso y las fuerzas dan para lo que dan. Pero siempre merece la pena hacer el esfuerzo, porque cuando tú te lo pasas bien, ellos y ellas disfrutan más. Y, si aprenden y encima se ríen, has matado dos pájaros con la misma piedra*. ¿No es ese objetivo?

*Este blog no hace apología del asesinato de pájaros ni el uso de piedras, y cualquier acción de este tipo que utilice como excusa “Escribir en tiempos de Google dice que debo matar pájaros a pedradas” será negada tajantemente. Que esta postdata sirva de prueba.

¿Cómo usas tú el humor en el aula?

Pásate por Twitter y déjamelo saber con el hashtag #humorenelaula.

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