Me pasa algo muy curioso con cualquier producto de ficción, ya sean libros, series, películas o incluso anuncios de la tele (que anda que son ficticios a veces): tengo que poder creérmelo. Supongo que no soy rara en este sentido, porque no son pocos los cursos de escritura creativa que hablan de la importancia de la verosimilitud de lo que escribes, pero es que últimamente me cuesta horrores encontrar una serie, película o lo que sea en la que no me tope con un detalle que me haga decir “¡venga ya!” y termine por dejar de verla (o la vea, pero indignada. Que una es muy suya).
Y no hablo de la imposibilidad de ver los rayos láser a simple vista, o de capas de invisibilidad que no existen, o de relaciones imposibles que al final se vuelven idílicas (aunque, lo reconozco, esto último me suele chirriar un poco, pero si está bien hecho lo dejo pasar). No; hablo de detalles mucho más mundanos, como que un grupo de mujeres que lleva tres meses en una isla desierta no tenga un solo pelo en el sobaco ni en las piernas, y que a pesar de no haber visto champú en ese tiempo su pelo tenga más cuerpo, color y brillo que el mío tras salir de la peluquería; hablo de la imposibilidad de que un cuerpo humano se consuma hasta las cenizas en una hoguera que no asaría un pollo, mucho menos en diez minuticos de nada, o de que una persona se pase tres años encerrada en un apartamento subterráneo sin hablar con nadie ni ver la luz del sol y no tenga secuelas psicológicas que llamen la atención (si no habéis pillado las referencias, hablo de Perdidos, serie que me encanta pero que ay, madre, cómo me enfada).
Últimamente, a las series les ha dado por mostrar las aulas de los institutos y las escuelas en las series, y aquí el nivel de credibilidad cae de tal manera que a veces me da la risa y otras me da por llorar (o gritar, que suele ser más catártico). Una de mis series favoritas, Las chicas Gilmore, se lleva la palma. Solo viendo esta serie se puede escribir una tesis completa sobre aulas de ficción que son… eso, ficticias a más no poder, porque alguien que haya estado en un aula americana se da cuenta en seguida de que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
¿Dónde está la tecnología?
La primera en la frente, como si dijéramos. ¿Dónde está la tecnología en las aulas de ficción? Qué demonios, olvídate de la tecnología, vamos a lo básico: ¿por qué todas las pizarras son de tiza en los institutos americanos de la televisión, cuando hace ya años que las cambiaron por las blancas porque se ha descubierto que el polvo de la tiza es tóxico? Yo volví de EEUU en 2006, donde trabajé en un pueblo californiano perdido entre el mar y la montaña, y para entonces todas las aulas de cuarto de primaria para arriba tenían ya pizarras digitales (y el resto pizarras blancas, donde escribíamos con rotuladores no tóxicos). Qué difícil es encontrar un ordenador en un aula de ficción, a no ser que sea ya a nivel universitario, donde parece que todo el mundo va con el portátil encima. En “Las chicas Gilmore”, encima, Rory va a un colegio súper pijo e hipermegaprivado, pero las clases huelen a naftalina incluso al otro lado de la pantalla y no se ve un ordenador más que de refilón en la edición del periódico (os juro que pensaba que escribían a máquina, tan poca mención se hace de ordenadores y demás tecnología).
Currículum obsoleto, por decir algo.
Hay una escena de “Las chicas Gilmore” que me hace querer llorar cada vez que la veo, no sé si de risa o de vergüenza ajena. La pobre Rory acaba de llegar a su instituto súper pijo e hipermegaprivado y tiene que ponerse al día, porque ya se sabe que la educación pública es una mierda y la buena de Rory va con desventaja. Tiene un examen sobre Shakespeare para el que estudia como una condenada y con el que su madre la ayuda. Las preguntas que le hace Lorelai y que Rory no sabe son del pelo de “¿cuántos sonetos escribió Shakespeare?”; “¿en qué año escribió Romeo y Julieta?”; “¿cuál es su fecha de nacimiento?”.
Yo reconozco que mucha experiencia en secundaria no tengo, pero no me puedo creer que un instituto que prepara a su alumnado para universidades de la Ivy League solo trabaje las capacidades memorísticas de sus alumnos y alumnas. ¿Ni un mal comentario de texto? ¿Ni un “lee este texto y subraya las figuras estilísticas más significativas”? Eso sí, luego Rory llega a Yale y participa en unas conversaciones literarias que ríete tú de Bloom y sus colegas. ¿Solo trabajando la memoria ha conseguido esa capacidad? ¡Venga ya!
Filas de a uno y «mesas pupitre».
Qué raro es ver en televisión una clase con mesas, a no ser que sea un aula de primaria. Según las series televisivas, todos los institutos de todas las ciudades de todos los estados en todo Estados Unidos usan mesas con brazos abatibles donde apoyar el cuaderno. Ojito con tener un libro abierto además del cuaderno donde tomas notas, porque te lo vas a tener que poner en el regazo, no hay más sitio. Y, por supuesto, todos los profesores y profesoras del mundo mundial usan la misma metodología: soltar la chapa delante de la clase mientras los alumnos y alumnas toman apuntes como posesos. Nada de trabajo en grupos, o por parejas, o comentar un libro: filas de a uno y silencio. A no ser que estés en un instituto público, porque ahí todo el mundo se porta mal, hablan a gritos y la profesora sale llorando de clase y queriendo cambiar de profesión (bueno, vale, esto tiene su puntito de verdad, para qué nos vamos a engañar).
¿Diversidad? ¿Qué diversidad?
Vale, estoy basando mucho de mi análisis en “Las chicas Gilmore”, que es una serie WASP a más no poder. Si pienso, por ejemplo, en “Veronica Mars”, su instituto tiene mucha más variedad en lo que a diversidad racial y cultural se refiere. Pero no es difícil darse cuenta de lo estancadas que están estas series en ciertos roles: los latinos siempre pertenecen a una banda, no hay profesores que no sean blancos (sí, afroamericanos hay algunos, pero ¿y asiáticos?, ¿y latinos?), y los protagonistas de las series son los más blancos del lugar, que siempre son mayoría. Depende mucho de la zona, del pueblo o ciudad y del barrio, por supuesto, pero si nos fiáramos de las series creeríamos que la gran mayoría del alumnado (y la población en general) en cualquier lugar del país es mayoritariamente blanca, cuando es más bien al revés (a no ser, por supuesto, que estés en el instituto súper pijo e hipermegaprivado de Rory Gilmore, claro; ahí sí que el noventa por ciento del alumnado sufriría quemaduras leves a la luz de la luna). Pero claro, ya se sabe quién manda en Hollywood, en las series y, qué demonios, en el mundo en general; no iban a ser los institutos ficticios la excepción.
Supongo que cada cual se fija en lo suyo cuando ve una serie o una película, y a mí lo que me llama la atención son las aulas en la ficción porque es algo que me toca muy de cerca. Tanto en Estados Unidos como aquí los colegios y los institutos se han renovado mucho en los últimos años, ya sea con las nuevas tecnologías o con metodologías que dejan antiguas esas ideas preconcebidas que tenemos sobre las clases típicas (si quieres saber cómo es realmente un aula en Estados Unidos, puedes echar un vistazo al trabajo de Alan Peterson, que también es un personaje ficticio pero lo hace mucho mejor que los de la tele, dónde vamos a parar).
¿Qué te chirría a ti cuando ves una serie?
¿Has dejado alguna vez de seguir una porque no eras capaz de creértela?
¿Recomendaríais alguna serie donde las cosas están más o menos bien hechas?
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