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Profesor invitado y autobombo. Presentación de Profe, una pregunta

24 octubre, 2018

Me vas a permitir que haga algo que nunca he hecho en este blog: traer a un profesor invitado. No lo hago porque haya sido una semana muy dura (que sí, lo ha sido, pero cuál no lo es), porque no haya tenido tiempo para escribir la entrada de esta semana o porque no me apetezca contar nada nuevo, ojo. Escribir en el blog se ha convertido en una de mis cosas favoritas y antes dejo de ir a trabajar que faltar a la cita de los miércoles.

Bueno, tampoco nos pasemos. Pero que lo hago a gusto, vaya.

La razón de tener hoy un profesor invitado es doble: por un lado, para dar voz a más gente con la que comparto ideas, y por otro hacer un poco de autobombo. Porque el texto que voy a compartir aquí hoy es el que Manolo Martínez, maestro, sindicalista y compañero de lecturas los últimos jueves de cada mes (cuando se reúne nuestro club de lectura en euskera) leyó el jueves pasado en la presentación de Profe, una pregunta en la librería Elkar de Vitoria.

El objetivo no es que vayas corriendo a la librería a comprar el libro (aunque, qué demonios, si lo haces mejor que mejor), sino que leas la experiencia de otro maestro que ha pasado toda una vida en el aula y cuenta cómo era la educación cuando él empezó y cómo es ahora. Manolo ha tenido el detalle de pasarme el texto y ahora, olvidados ya los nervios de la presentación, toca disfrutar con las palabras que el jueves oí pero no asimilé.

Así que, sin más, te dejo con el profesor invitado y por una vez me callo yo. 

Mila esker, Manolo! Eta Irati Iciar, argazkiagatik.

PRESENTACIÓN DE PROFE, UNA PREGUNTA

El lector y la lectora son docentes, se acercan a su librería habitual y lo ven: “PROFE, UNA PREGUNTA”. Así que… un libro sobre enseñanza… “La docencia vista desde dentro”, anuncia su portada… y como las dos trabajan en la enseñanza se miran y recelan… “Pero como lo ha escrito nuestra amiga Ruth – dicen -, pues… venga, vamos a ojearlo un poco”:

“Ser profesora es lo único que he querido hacer desde que era muy pequeña. Mis muñecas aprendieron a multiplicar al mismo tiempo que yo”. Joder, zer polita! Sigamos ojeando: “Se nos prepara para dar clase, pero no para la ingente cantidad de situaciones que nos encontramos a diario”. Mmmm.  Ez dago gaizki… “Yo también tuve todas las respuestas un día. (…) “Tras más de veinte años en el aula, miro hacia atrás y me pregunto dónde dejé todas esas respuestas”. Bueno, esto suena a cercano, a alguien como yo, tutora de primaria que se pregunta y quiere reflexionar sobre su práctica diaria. Vamos a leerlo.

………………………..

Ya se sabe que de enseñanza puede opinar todo el mundo, lo cual es normal ya que todo el mundo ha sido parte del sistema educativo, pero sobre ella se puede hablar de muchas maneras. Todos y todas las que hemos trabajado en esto estamos acostumbradas a que el discurso sobre la enseñanza sea, tanto desde los medios de comunicación como en las declaraciones políticas, solemne: la educación es el futuro de un país, el niño es el centro de la actividad docente (nunca se sabe a cuál de los 25 que hay en clase se refieren ni qué edad tiene ese niño o niña), el sistema educativo debe enfrentar los retos actuales, la formación del profesorado es vital, su sistema de elección también (en la pública, porque en la privada se escoge como se quiere), la adaptación a las nuevas tecnologías es estratégica… este es el discurso correcto.

Y la sensación que tenemos siempre es que nos hablan de fuera, que no han estado en clase, que no han visto un comedor escolar, que no han ido a un barnetegi [campamento]. Por eso leer el libro de Ruth es, aparte de divertido, real, real como la enseñanza misma. Sí, este libro habla sobre enseñanza, enseñanza primaria, y habla a pie de obra, con 25 criaturas con las que convivimos durante dos o tres años, escrito desde dentro de clase. Las situaciones que Ruth describe, que son muchas, son tan cercanas que te hacen sentirte protagonista de ellas, reflejada: “-¡Aiba!”, dices, “eso también me ha pasado a mí,  soy yo con mis miserias y mis glorias”, y así, si al leerlas nos reímos, nos estamos riendo de nosotras, y cuando vemos los apuros  de la protagonista, estamos viendo nuestros propios apuros.

Dice Gil de Biedma en una de sus poesías: “que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde, como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante”. Y los y las que estamos en la docencia podríamos decir: “que la enseñanza iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde, como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la enseñanza por delante”.

Y es bonito que Ruth nos recuerde que esa es la actitud que todos nosotros y nosotras tuvimos antes de empezar a trabajar y que además esa es la actitud que se debe de tener ante la puerta de la escuela. Nos íbamos a llevar la vida, o sea la enseñanza, por delante e íbamos a cambiar el mundo, por supuesto. Hasta que vimos que era la enseñanza la que cambiaba nuestras vidas.

Porque la enseñanza ha cambiado mucho: ¿Alguien puede imaginar una escuela sin programaciones, Plan de centro, Memoria… sin Consejo Escolar, Aplicaciones informáticas, DAE… sin especialistas de gimnasia, música o inglés? ¿Sin Preescolar? Pues así era la enseñanza cuando empezamos a trabajar. Así que ha cambiado y mejorado mucho, mucho y eso se ha debido, (abro paréntesis), sobre todo a la introducción del euskera, de la enseñanza en euskera en nuestro sistema educativo. Con el euskera entró la innovación, los txokos, los proyectos, las fiestas de Olentzero, Santa Ageda, Carnaval, las salidas a barnetegis … En dos palabras: la renovación pedagógica de una escuela tradicional (cierro paréntesis).

Y dentro de ese cambio que hemos visto en la enseñanza, hay que hablar de la increíble carga que nos están echando encima, ¡sin parar!  La cosa es muy sencilla: tenemos que solucionar todos los problemas no solucionados en la sociedad para que la escuela los solucione, la escuela tiene que arreglar todos los desarreglos sociales. ¿Demasiados accidentes de tráfico? Educación vial. ¿Trastornos de alimentación y obesidad infantil? Educación alimentaria. ¿Violencia política? Víctimas a las aulas. ¿Problemas de residuos? A enseñar reciclaje… Además de todos los valores clásicos de respeto, igualdad, solidaridad, cooperación, medio ambiente, limpieza… Y de todos los contenidos.

Y eso sin hablar de los cambios legales y de metodología que se han dado en los últimos años y que todos, sin excepción, iban  a revolucionar definitivamente la enseñanza en un pis-pas.

El libro de Ruth nos dice que hay que bajar a la realidad. El papel de la escuela se ha reducido, su espacio social es menor que antes, ha perdido importancia, los estímulos exteriores y ajenos se han multiplicado, internet es inabarcable… El fútbol, por ejemplo, con su enorme presencia, y con su mensaje de competitividad (ganar es lo que importa, morir por los colores, cifras millonarias…), o sea, esa nueva religión, juega diariamente en contra de todos los valores que quisiéramos transmitir en clase: el valor del trabajo, el reconocimiento a lo bien hecho aunque se pierda, la solidaridad con los y las desfavorecidas, la igualdad de género… No es fácil dar clase al día siguiente de la final de la UEFA del Alavés o cuando el Baskonia ha ganado la copa de Europa e intentas explicar en clase que, bien, pero que eso no nos da de comer.

La escuela hace lo que debe de hacer, que es muchísimo, pero hay que dejarla más tranquila, no se puede estar cuestionando todos sus objetivos y metodología cada cierto tiempo.

También ha cambiado mucho la percepción social o la consideración que se tiene del profesorado. Ese primer año que estuve en Llodio como específico de euskera me encontré un día en la calle con un padre de la escuela, el padre de Isidorito y Rosita, 9 y 7 años. Me para, él con los dos críos y me dice: “Hombre, don Maixu, ¿qué tal, bien? Usted ya sabe, ¿eh? A éste (y señaló a su hijo Isidorito de 9 años) péguemelo bien, ¿eh?, péguemelo bien para que aprenda. A esta, no (señalando a Rosita, de 7 años), que es tonta”.  Al cabo de unos años, mi amigo Josean me contó que en el instituto de Laguardia donde daba clases, un día se dirigió a un alumno, hijo de un bodeguero de la zona, y le instó a estudiar, a esforzarse para que en el futuro… Y ese alumno, el hijo de un bodeguero y productor de vino de la Rioja le respondió: “¿Estudiar para qué? ¿Para acabar como tú?”.

Sí, ha cambiado y mucho el prestigio que alguna vez tuvo el profesorado.

Una cosa que se olvida a menudo: como el discurso que funciona sobre el profesorado es el cursi, el hippie, el del profesorado abnegado y amoroso, se evita citar que somos trabajadores, que estamos afiliadas a un sindicato y que hacemos huelga contra los recortes y para reivindicar mejores condiciones laborales, y que tenemos claro que si trabajamos a gusto, la escuela, la enseñanza, funciona mejor. Lan baldintzak hobetu, eskola publikoa indartu, decimos [Mejorar las condiciones laborales, fortalecer la escuela pública]. Y el gobierno suele responder repitiendo otra vez lo de las vacaciones, diciendo que utilizamos a las familias… desprestigiándonos, en definitiva, desprestigiando nuestro trabajo ante el resto de los y las trabajadoras (que son los padres y madres de nuestro alumnado), sin darse cuenta de que eso que quiere desprestigiar a corto plazo es desprestigiar al sistema educativo en su conjunto y, a medio plazo, siempre se vuelve en contra de la propia sociedad.

Bueno, acabo ya con la parte sindical y vuelvo a la literaria.

El mérito de Ruth es que se sitúa al margen de los discursos clásicos sobre la enseñanza: el fácil, el de ascensor, el de cómo viven los y las maestras; el romántico, el del profesorado angelical y entregado a un niño o a una niña increíblemente motivados y deseosos de aprender que no es lo más generalizado; y el solemne e institucional que nos achaca todas las soluciones a los problemas sociales que, evidentemente, no podemos dar. O sea, desmonta las generalidades de peluquería y habla desde el sudor.

El libro de Ruth es un libro honrado, plantea casi todas las preguntas posibles de una docente y también deja caer bastantes respuestas pero sin decirlo, sin dar recetas; reconoce los límites del proceso educativo y, sobre todo, nos ayuda a hacer una cosa que todas deberíamos hacer, una reflexión sobre nuestra actividad docente, de forma honesta, sincera, con olor a tiza, que nos viene a todos y a todas muy bien para darle una vuelta a nuestro trabajo diario. ¿Cómo enseñar? ¿Cómo se aprende? ¿Cómo evaluar? ¿Las nuevas tecnologías? ¿Lo estaré haciendo bien? Este es uno de los méritos del libro, Ruth nos cuenta lo que somos con una sinceridad divertida.

Un ejemplo: “Profe, una pregunta, ¿qué se necesita para ser una buena profe?” Ruth no duda: paciencia, pasión, reflexión y humor.

Así que Ruth hace un repasillo: “¿Voy bien, puedo mejorar?” Y las conclusiones, que no hay, nos hacen pensar y nos dan esperanza, ánimo y orgullo. Son páginas catárticas, que te interrogan y te divierten, que son verdad y que se cuentan con humor. ¿Qué más se puede pedir a un libro que habla sobre nuestra, iba a decir, heroica condición?

Vamos, que merece la pena leerlo; perdón, la pena no, que merece la alegría leerlo.

Manolo MARTÍNEZ

Vitoria-Gasteiz, 2018-10-18. ELKAR liburudenda


Así da gusto, no me digas.

Si quieres saber más sobre Profe, una pregunta, puedes echarle un ojo a la reseña que escribí en el blog hace unas semanas. Y si te interesa leer algo de ficción y bastante más light, aunque también ligado a la educación (de aquella manera), siempre te queda Armarios y fulares, que no tiene precio como lectura de sábado lluvioso.

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