Qué importante es leer de todo.
No entiendo muy bien a la gente que dice que solo lee un género concreto. Les preguntas si han leído a, yo qué sé, Steinbeck, y te contestan que no leen realismo, que solo leen fantasía weird, ciencia ficción futurista o romántica gore en castillos góticos de la edad media.
O viceversa, que me parece incluso peor: esa gente que arruga la nariz si les preguntas si han leído a alguien que no sea, mínimo, un premio Nobel. “Yo solo leo cosas serias”, te dicen, con la cara de un gurmet de la Guía Michelín cuando le plantas un pintxo de tortilla de patata delante.
Pues no sabéis lo que os estáis perdiendo, majos. Tanto uno como otro.
A mí me encanta leer de todo (y comer de todo también, no te voy a engañar). En mi casa me esperan varias decenas de libros sin leer que me he ido comprando a lo largo de los últimos meses llevada solo por impulsos. Sé que, dependiendo de la temporada que esté pasando, me va a apetecer más uno que otro, y lo mismo me da por devorar un tocho de Jonathan Franzen en inglés que leerme un libro de cuentos de Garazi Arrula Ruiz en euskera que hincarle el diente al maravilloso Estilo rico, estilo pobre en castellano.
Así estoy, que no sé muy bien en qué idioma pienso ni en qué longitud lo hago.
No hay cosa que más me guste que entrar en una librería sin ningún libro en mente, solo para ver qué hay o qué me apetece, y llevarme tres o cuatro libros que desconocía hasta dos minutos antes, que nunca han estado en mi lista o que he recordado al encontrarlo. Una vez la cajera se quedó mirando mi compra, me preguntó si alguno era para regalo y, al decirle que no, me preguntó de dónde sacaba el tiempo para leer. “Los libros no caducan, ¿eh?”, le dije. Ella rio. “Sí, tienes razón”.
(No, no le dije eso. Le dije algo así como que no había prisa. Lo de caducar lo pensé después, pero me pareció tan bueno que tenía que escribirlo. Parece mentira que escriba ficción, si no sé ni mentir).
Liderazgo, café y libros
Uno de esos libros que han caído por casualidad en un «entroysalgo» de una librería ha sido No es por el café, de Howard Behar, que debió de ser uno de los fundadores de Starbucks hasta que decidió retirarse y dar seminarios sobre liderazgo.
Me llamó la atención porque había varios ejemplares repartidos por la tienda (muy pequeñita, ¡ni siquiera tenían el mío!) y pensé que era una novedad; luego, en casa, vi que el libro era de 2008 y me di cuenta de que la dueña de la librería, con toda probabilidad, estaba intentando librarse del stock de libros que tenía por ahí guardados.
Conmigo coló. Tiene el logo de Starbucks en la portada y estaba de frente en la estantería. CÓMO NO VA A COLAR.
Starbucks y la educación
¿Qué tiene que ver una de las empresas con mayor presencia en el mundo con… una cafetería? Espera, que voy.
En No es por el café, Behar escribe sobre cómo ser un buen líder y conseguir, por un lado, que tus empleados estén a gusto trabajando y, por otro, que la gente de fuera valore tu empresa. Uno de los primeros pasos que tienes que dar, según él, es tener muy claro quién eres tú y qué valores quieres transmitir; eso significa que, a veces, vas a tener que hacer cosas que no son fáciles para mantener tus ideales, y que vas a tener que decir que no a cosas que podrían beneficiarte tanto económica como socialmente porque no son acordes con lo que tú piensas.
Esto, que parece tan de perogrullo, es algo que no es tan fácil llevar a cabo como aparenta. Llevado al terreno de lo personal, es fácil encontrar algo en tu propia vida donde arrugues el gesto y pienses “hm, es verdad, ahí me vendí un poco; aunque solo fue una vez y eso me facilitó llegar a donde estoy ahora”.
Como la vez que no protestaste ante unas condiciones de trabajo injustas por miedo a perderlo.
Como la vez que no defendiste a una persona que necesitaba ayuda por miedo a tu integridad, ya fuera moral, laboral o física.
Como todas las veces que compras algo de esa marca que sabes que machaca el medio ambiente, trata fatal a sus empleados y roba más que el PIB de algunos países de los que saca la materia prima. Sí, Nestlé, te estoy mirando a ti.
(Todos estos ejemplos se refieren a mí. El “tú” al que me dirijo es solo una figura retórica; no soy yo quién para juzgar a nadie, tú sabrás qué haces que no vaya con tus valores. Igual eres mejor persona que yo y has conseguido encajar toda tu vida en tu esquema vital).
Llevado a la educación, el ser coherente con unos valores concretos es, a veces, aún más difícil. Llevarle la contraria a una familia que te exige algo para su hijo o hija que tú crees injusto o poco ético es muy difícil, y sé que no seré la única que admita que alguna vez lo ha hecho para conseguir que se callaran.
Más de una vez hemos perdido los nervios en el aula y dicho o hecho algo que no va con nuestra filosofía de la educación.
Alguna vez hemos soltado un “que le den” y hemos optado por la opción sencilla en lugar de por la correcta.
Por eso, los diez principios que Behar menciona en su libro me han parecido muy útiles para llevar al aula también. Al fin y al cabo, como docentes que somos, nuestro papel también es uno de liderazgo y no viene mal coger ideas de donde sea.
Nosotras no nos vamos a forrar como se han forrado los de Starbucks, pero oye, quizás alguna de nuestras alumnas llegue a ser multimillonaria algún día y se acuerde de esa profe tan maja que tanto me dio y a quien quiero regalar una mansioncita con vistas al mar.
Eh, qué pasa. A ver si ahora no se va a poder soñar.
10 principios para saber quién eres y actuar en consecuencia
Disclaimer: nadie dijo que esto fuera fácil. Estos son los principios que Behar utiliza para dividir su libro y luego elaborar con un capítulo para cada uno. Yo os copio el título y lo adapto a la versión educativa y por qué me ha parecido que es buena idea. A ti puede que te parezca una barbaridad. Déjame tu opinión en los comentarios si es así.
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Sepa quién es usted: asuma una posición.
A lo largo del libro, Behar habla de que no es buena idea fingir ser quien no se es porque creamos que es la cara que los demás quieren ver. Si eres una payasa dando clase, no disimules y te pongas seria porque no vas a ser tú; si eres seria, no intentes hacer el tonto porque vas a dar pena. Sé tú misma, que si eres sincera se nota y se aprecia mucho más.
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Sepa por qué está aquí: hágalo porque es lo correcto, no porque es apropiado para su currículum.
O sea: por tu bien espero que no estés haciendo esto por las vacaciones. O por el sueldo. O porque, como me contó una antigua compañera (ya jubilada, menos mal), su mejor amiga se apuntó a magisterio y ella la acompañó, “aunque yo nunca quise ser maestra”. Más de cuarenta años haciendo algo que no le gustaba. SOCORRO.
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Piense con independencia: la persona que barre debería elegir la escoba.
O dicho de otra manera: si eres tú quien está dando clase, deberías ser tú quien elija la metodología, las herramientas que van mejor con tus alumnos y hasta la marca de la pizarra digital, si me apuras. Sí es verdad que tiene sentido utilizar una metodología que vaya acorde con la filosofía del centro, pero se supone que estás donde estás porque te gusta y lo has elegido tú (hasta cierto punto, claro). Los gurús y la sociedad pueden decir lo que les dé la gana, pero tú eres la que sabe y la que tiene que sacar esa clase adelante: tú eliges tu escoba, tu tiza o tu bata.
(Qué importante es elegir una buena bata. Sin ironía ninguna lo digo).
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Desarrolle confianza: demuestre interés por los demás, que sí le importan.
Algo que Behar deja muy claro en este punto es que el interés no se puede fingir. No hay nada que más te vaya a unir a tu alumnado que un interés sincero por su bienestar, por sus aficiones o su día a día. Lo mismo con sus familias: demuestra que te importan. Pregúntales cómo están. Hazles un comentario banal sobre lo que sea, que no tenga nada que ver con tu trabajo. Pero que te salga de verdad, que si no se nota.
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Escuche la verdad: las paredes hablan.
Escucha. Escucha lo que te cuentan los peques. No pongas en duda sus palabras delante de ellos, aunque sepas que mienten. Haz preguntas hasta que empiece a salir la verdad y, cuanto más grave sea lo que están contando, menos los juzgues. Los niños y niñas necesitan saber que pueden contar contigo y que estás de su parte, aunque eso no signifique que se vayan a ir de rositas cuando han hecho una gamberrada gorda. Trata de escuchar lo que dicen, no lo que crees que dicen. A veces, cuando escuchas sin prejuicios, lo que te cuentan te deja boquiabierta.
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Sea responsable: solamente la verdad suena como tal.
Behar dice que “no debe haber secretos, ni mentiras por omisión, ni límites, ni evasivas”. Estoy de acuerdo, sobre todo con las familias. No ocultes las cosas, y pide que ellas tampoco te las oculten. Di la verdad de lo que pasa en el aula y pregunta qué pasa en casa. Tienen derecho a saber cómo están sus hijos e hijas en clase, aunque no les guste, aunque tengas que contárselo con guantes de seda. Pero si su hija está muy crecidita y hay que bajarle los humos, tienen que saberlo (no con esas palabras, claro) y si el resto de la clase se ríe de su hijo porque se ha vuelto el payaso de clase y su pasatiempo favorito es enseñar el culo en el pasillo, también. It takes a village to raise a child, que dicen en inglés. Si no tenemos toda la información, es imposible hacerlo.
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Actúe: piense como una persona de acción y actúe como una persona que piensa.
Mira, no te voy a engañar: esto lo explica en el capítulo ocho y todavía no he llegado. Como frase es bonita, pero ya me dirás tú a mí cómo se aplica esto en el aula. ¿Haz proyectos? Quizás.
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Afronte el reto: ante todo, somos seres humanos.
Ni siquiera Behar se escapa de caer en frases comodín tipo Mr Wonderful, qué le vamos a hacer. Se refiere a que, si el resto es demasiado grande (llevar a buen puerto una clase complicada, por ejemplo), siempre se puede partir en pedazos y dar pequeños pasos hasta conseguir el objetivo, pero siempre teniendo en cuenta que trabajamos con personas y su bienestar debe ser lo primero. Ya te he dicho yo que este libro va muy bien para usar en clase.
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Practique el liderazgo: el gran ruido y la pequeña voz.
O, lo que viene a ser lo mismo: hasta que no nos callemos no sigo. O quizás se refiere a que es mejor hablan en privado cuando necesitas solucionar un problema en lugar de echarle la bronca a alguien delante de todo el mundo. A veces levantar la voz no es más que ruido y un susurro bien dicho puede poner nervioso a más de uno y una.
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Atrévase a soñar: diga “sí”, la palabra más poderosa del mundo.
Este es el único punto con el que no estoy de acuerdo. Más bien diría que, de vez en cuando y sobre todo en clase, oír un “no” es más que necesario. Pero como es el último capítulo y todavía no he llegado, lo mismo esconde una joya de sabiduría. Ya te contaré cuando llegue.
Supongo que es un defecto profesional eso de buscar la conexión de todo lo que leo y aprendo con la educación, pero este caso lo he visto tan claro que no me he podido resistir. Espero que te sirva de algo la próxima vez que estés en el aula. O, en su defecto, espero que te sirva para ser mejor líder. Ya sabes, por si alguna vez te da por montar una cadena de cafeterías, forrarte y dedicarte a escribir libros sobre liderazgo.
¿Aplicarías alguno de estos principios en el aula?
¿Lo haces ya sin saber que estabas emulando a grandes empresarios?
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