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Triquiñuelas en el aula: cómo reconocerlas y neutralizarlas

3 marzo, 2021

Una vez asistí a un curso en el que el ponente, también maestro, explicaba que una clase nunca se porta igual de bien con cualquier adulto que no sea profesor. Cuando traemos monitores, escritores invitados, etc., es importante que estemos en clase, porque somos quienes reconocemos las triquiñuelas que advierten que algo está pasando o va a ocurrir en breve.

Antes, incluso, de que el grupo mismo sepa que la van a montar parda.

Tenía mucha razón. No solo por los años que llevamos en la profesión, sino porque ya hemos estado antes en esas situaciones. Lo de copiar en los exámenes no lo inventó está generación y no van a dejar de hacerlo las próximas.

Por eso, cuando les veo usar triquiñuelas que yo usé en su día para librarse de trabajar, o cuando reconozco las señales que auguran una gamberrada, me encanta acercarme y, en voz muy baja, describir paso por paso su plan. «Sé lo que estás haciendo, o lo que estás a punto de hacer. Te voy a dar la oportunidad de parar ahora. Tú eliges».

No solo me ahorro castigos y broncas, sino que la situación queda neutralizada para siempre.

Vale, siempre siempre, no. Hasta que entra una profesora sustituta y la intentan liar con ella. O cambian de curso.

Pero a base de reconocer las señales de peligro, yo me ahorro disgustos.

Triquiñuelas en el aula: cómo reconocerlas y neutralizarlas

Me reconozco a menudo en mi alumnado. Hacen cosas que hacía yo, y me encanta darme cuenta de que el ser humano es mucho menos original de lo que creíamos. Algunos de los greatest hits en Primaria, en un nivel muy superficial, son los que aquí te cuento. Me encantará saber más si se te ocurren, sobre todo de otras etapas.

El texto de una página completa

Si te ha tocado dar cualquier asignatura de idiomas, has pedido una redacción (o dos, o tres). Y tu alumnado, como corresponde, ha intentado escribir lo menos posible.

Se acercan a ti con dos líneas y tú les dices que vuelvan a la mesa y te escriban un texto como es debido, vamoshombreporfavor, que ya estás en sexto, cómo se te ocurre, mínimo una página.

Y te devuelven el mismo texto con unos márgenes de espanto y huecos entre las palabras en los que cabe toda tu mano.

A principio de curso, cuando les pido un texto, me paseo entre las mesas. Después de hablar de la composición, de los párrafos, del orden, etc., deberían ser más que capaces de escribir sin problemas un texto de una página entera. Pero claro, tienen diez años y, si pueden escaquearse, lo harán.

Es la ley. No está escrita, pero lo es.

Así que me fijo en cómo están haciendo el último borrador y, en cuanto veo que dejan un margen de diez centímetros a cada lado, me agacho a su altura.

«A ver si adivino lo que vas a hacer. Vas a escribir las palabras separadas, y el hueco entre una y otra línea vas a ser enorme. La letra será gigantesca, nada que ver con la tuya. Y cuando termines, vas a tener que rehacer la redacción hasta que tu forma de escribir sea idéntica a la de tu cuaderno».

El peque te mira con ojos enormes. Nadie, nunca, le ha dicho nada (o sí, pero como tú eres nueva pensaba que iba a colar). El pobre asiente, traga saliva y escribe como tú se los ha pedido.

Aunque no exactamente como tú lo quieres. Porque lo de escribir separado es solo una de las muchas triquiñuelas que van a sacarse de la manga.

La técnica de la repetición

Cuando has ido por una carrera de letras, la técnica de repetición te ayuda a aprobar más de una asignatura. Es la triquiñuela más antigua, la que te hace parecer súper competente en un tema cuando en realidad no estás diciendo nada.

Usar frases casi idénticas, repetir el mismo concepto una y otra vez con distinto vocabulario, volver a nombrar la idea que has dicho al principio y darle una (innecesaria) vuelta más…

Y las listas. Ay, las listas.

Tengo un alumno con el que me divierto mucho, porque en todos sus escritos, da igual lo que le pidas, te hace una lista. Si está escribiendo sobre su cumpleaños más especial, un párrafo va a estar dedicado a todos los que vinieron a su casa, con nombres y apellidos. Si habla del sistema solar, los planetas y sus lunas.

La lista de sus videojuegos favoritos cuando le pregunto por sus aficiones. La de los libros que se ha leído cuando tiene que escribir sobre su libro favorito.

Siempre, en cualquier texto, encuentra la manera de hacer una lista.

Así que, cuando les doy el tema de la redacción, me acerco a él y repaso todas las listas que se le pueden ocurrir. Lo hago con todo el humor del que soy capaz y dejándole bien claro que entiendo por qué lo hace, aunque no se lo acepte. En tres meses se le acaba Primaria y sus triquiñuelas no van a colar como cuelan ahora.

Que una cosa es que siempre se ha hecho y otra que no se tenga que aprender a hacerlo bien.

Las miradas que anuncian problemas

Están trabajando en grupo, o en cualquier actividad que signifique que no están en silencio y sentados de forma individual. Tú pululas por la clase y ves a una peque que no hace más que girar la cabeza y comprobar dónde estás antes de volver a lo que quiera que esté haciendo.

Esa mirada es señal inequívoca de que están haciendo algo que no deben. Tan seguro como que me llamo Ruth.

Ídem si la mirada sucede en el patio, en el pasillo, en la puerta del baño. Ya sabes, cabecita que asoma, te ve venir y se vuelve a meter, solo para asomar un momento después con cara de no haber roto un plato ni haber atascado el lavabo con los deberes.

(O peor, lo sé. Permite que mantenga el tono ligero, que este artículo pretende ser divertido).

Yo no sé si se piensan que somos idiotas, o que realmente no se dan cuenta de lo mucho que canta cuando se comportan así. Mi infancia queda tan lejana que no recuerdo cuál era mi motivación tras estas miradas, pero me hace mucha gracia que me traten de tonta.

Más gracia aún me hace entrar en el baño/romper el grupo del pasillo/acercarme a esos que supuestamente están trabajando en clase y jorobarles la fiesta.

El pánico a equivocarse

En mis clases siempre les digo siempre que el error no está solo permitido, es lo esperado. Si no cometen errores, no están aprendiendo.

Eso sí, les dejo bien claro que los errores por no haber estado prestando atención no me hacen tanta gracia. No saber qué hay que hacer porque estabas concentrado en desmontar el lápiz de minas y no has escuchado una palabra de lo que he dicho no es error, es otra cosa.

Da igual lo que les diga: el error les aterra. Las triquiñuelas por este motivo me hacen menos gracia que las anteriores, aunque me dedique a señalárselas igual (choteándome de ellos y preguntándoles si parece que nací ayer).

Esa mano sobre el texto que ya han escrito y donde han hecho un tachón que no quieren que vea (si me lo vas a entregar, alma de cántaro). Esa cara de espanto cuando corregimos algo en la pizarra y tienen más fallos de los que esperaban (y por los que nunca, jamás, se llevan bronca). Esa mirada de terror cuando no saben qué página estamos leyendo, y miran a uno y otro lado buscando en los libros de sus compañeros y temiendo que les toque leer a ellos, ¡socorro!

Les cuesta unas semanas darse cuenta de que lo del error lo digo en serio, y aun así hay niños y niñas que sufren horrores cuando una actividad no sale tan bien como esperaban. No soy fan de soltar frases lapidarias contra el sistema educativo, pero en este caso sí que me preocupa ese pánico al error que hemos inculcado a nuestros peques.

Reconocerse en tu alumnado es empatía pura y está tan basado en tus propias experiencias que ni es general, ni es universal. Pero es importante y, creo, nos hace mejores profesionales.

¿Compartes conmigo en qué aspectos te identificas tú con tu alumnado? Nunca está de más aprender nuevas triquiñuelas.


Si te ha gustado este artículo, te animo a echar un vistazo al libro que publiqué con Plataforma Editorial. En Profe, una pregunta me planteo todas las dudas que me surgen a la hora de dar clase.

Si lo que buscas es una lectura más amena, puedes hacerte con Armarios y fulares y reírte con esta comedia de enredos. O averiguar qué es lo que pasa en un fin de semana entre amigos en Antes de que todo se rompiera.

Gracias por estar ahí. Gracias por leer.

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