Que los y las profes no somos un dechado de virtudes lo sabe cualquiera. Creo que no hará falta que viajes muy atrás en el tiempo para recordar a esa profesora que te decía cosas del estilo “ordena tu mesa” o “hay que ver lo despistada que eres” y a la vez era incapaz de encontrar la tiza, recordar a qué hora tenía que ir al patio o cuándo tocaba una actividad especial.
Mis alumnos y alumnas solo tienen que pensar en esta misma mañana, no te digo más.
Porque sí, se supone que tenemos que dar ejemplo en clase y no pedir a los y las peques aquello que no somos capaz de hacer nosotras mismas, pero ay, qué difícil es a veces, según con qué tareas. Y es que bien dice el refrán que no puedes enseñar trucos nuevos a perro viejo, o aquello tan maravilloso de «haz lo que digo, no lo que hago»: nosotras ya estamos mayores, ya es difícil cambiarnos.
Hablo, por supuesto, de esas rutinas del día a día, de ese orden que nunca llega, de esos despistes inofensivos. Hay otros momentos en los que dar ejemplo en clase no es negociable. Los que te definen como ser humano.
Dar ejemplo en clase en lo que de verdad importa: lo que puedes (y debes) vigilar
Me da igual lo mucho que hables del respeto, del amor al prójimo, de lo bueno que es ayudar a los demás: si tu alumnado no te ve ejerciendo esos valores, no vas a poder inculcárselos por más que les repitas diez veces al día que tienen que aprender a compartir o que deben tratarse bien.
Nos pasamos el día diciéndoles lo malo que es el bullying y lo feo que es criticar a los compañeros por la espalda, pero ¿cuántas veces nos han sorprendido hablando mal de una compañera con alguien en el pasillo?
Les decimos que no griten, que mantengan un tono civilizado, pero se lo decimos a gritos. Como aquel «deja de decir palabrotas, hostia, que me estás tocando los cojones» de algún que otro padre en generaciones pasadas.
Les decimos que sean puntuales y siempre salimos cinco minutos tarde a hacer las guardias del patio. ¿Qué les estamos diciendo con todo eso?
No quiero decir que debas ser una hipócrita y actuar con ellos de forma distinta, sino que te des cuenta de que, cuando haces todas estas cosas, no puedes esperar que tu clase actúe de otra manera. Nos guste o no, sobre todo en Primaria, los niños y niñas aprenden por el ejemplo. Y, en todos estos aspectos, tú eres una autoridad que imitar y respetar.
No pienses que no se dan cuenta. Tengas la edad que tengas, seguro que puedes recordar esa frase o comentario que oíste una vez a esos adultos que hablaban como si tú fueras sorda y no entendieras lo que decían. Lo pillan todo. No los trates de idiotas.
Por suerte, todos estos detalles se pueden controlar. Como cruzar en verde cuando vas con tu sobrina de la mano, aunque a solas cruces corriendo, en rojo, por mitad de la carretera y con los coches pitándote. Con un poco de suerte, corregirás actitudes que no te vendrán mal en el resto de momentos de tu vida.
Como la puntualidad para bajar al patio. TE LO RUEGO.
Dar ejemplo en clase con todo lo que haces mal: sí, se puede.
Otras cosas son mucho más difíciles de cambiar. Por suerte, también son mucho menos importantes y pueden llegar a ser esa característica que te hace especial ante tus peques.
(No: muestran que eres un puñetero desastre, pero DÉJAME, ¿VALE?, YO SOY ASÍ Y ASÍ SEGUIRÉ, NUNCA CAMBIARÉ).
(Perdón por hacerte cantar, no he podido evitarlo. Espero que te haya pillado en un sitio público. Je).
Por ejemplo, ser desordenada. Por más que lo intente (y lo intento, de verdad que lo intento), no hay manera de tener una clase medio recogida. Mi mesa suele ser un desastre en el que encontrar el papel que toca, la fotocopia que necesito o un clip es toda una aventura.
Ahora que vivo en zona de tornados, los uso como excusa para justificar el estado de mi clase, porque el desastre de mi mesa es como las partículas del gas: se desplaza y llena cualquier recipiente en el que se encuentre.
Un tornado, de hecho, arreglaría las cosas.
Si a esto le sumas que soy muy despistada y tengo tendencia a olvidar fechas que no apunto, dejar mis cosas en cualquier parte y luego no encontrarlas (ergo, el desorden), no darme cuenta de que alguien ha entrado en clase a decirme algo u olvidarme de los deberes que he mandado (a los peques esta última les gusta especialmente y no me la suelen corregir), comprenderás que, como ejemplo, no valgo.
Y qué quieres que te diga, a estas alturas de la vida sospecho que lo mío no tiene remedio. Y mira que lo intento, de verdad. Los ramalazos de limpieza que me dan de vez en cuando son la envidia de Konmari.
Eso no quita para que a mis peques sí les pida orden. Alguna vez me han contestado que buena soy yo para hablar, y no les falta razón. «Exacto», les digo siempre, «y ya ves lo que me cuesta encontrar las cosas. ¿También quieres pasarte media mañana buscando la ficha que te di ayer? ¿No es más fácil guardarla en su sitio a la primera?».
(Sí, sé que sueno a madre. Madre mía, sueno como la mía. Que alguien me exorcice, por favor).
Mi desorden también me sirve para ensalzar su orden y así conseguir que el resto lo imite. Dar una pegatina a quien mejor ordenada tiene la carpeta, o el escritorio, o la mochila, obra milagros en el orden de los demás. A veces, con un solo «qué cajonera más ordenada, qué maravilla» es suficiente para que el resto lo imite.
Lo de ser despistada también me sirve como herramienta pedagógica. Mi manera de dar ejemplo en el aula es enseñarles que siempre hay un sistema para no olvidar las cosas, que ser despistada no es una excusa.
Por ejemplo, en clase lleno el borde de la pantalla del ordenador de posits que voy tirando una vez se acaba la actividad, o grapo los horarios semanales de distintas actividades muy cerca de mi mesa, donde lo vea bien (más el posit de rigor los primeros días). Tengo una colección de cuadernos en los que marco las cosas que tengo que hacer, tanto en el cole como en casa, y tachar las cosas según las voy haciendo es de las mejores sensaciones del mundo.
Mis peques me ven hacer esto, aprenden el sistema, y pronto me recuerdan que tengo que apuntar esto o aquello, o se dan cuenta de que ya no necesito sus recordatorios (tres meses después, ejem). Porque el ejemplo que tenemos que dar en clase, lo más importante que tenemos que enseñarles siempre, es que, independientemente de cómo somos o qué defectos tenemos, intentamos siempre mejorar.
Porque, si no nos ven a los profes aprender y superar nuestras dificultades, ¿qué tipo de modelos somos? Uno bastante malo, me temo.
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