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Cómo enseñar gramática sin morir de aburrimiento

22 enero, 2018

Odio enseñar gramática. Es la parte de cualquier idioma que menos me gusta enseñar, y creo que a mis alumnos y alumnas les pasa lo mismo. Lo odiamos todos y todas con tal fervor que se nos nota, a mis peques en los ojos vidriosos mientras tratan de fingir atención (o comprensión) cuando la explico, y a mí en lo mucho que la evito.

No importa que sea en castellano, en inglés, o en euskera, cada vez que me toca explicar el sintagma nominal, la diferencia entre el sujeto y el predicado o el temido ergativo, tiemblo. Por supuesto, cuando encima el idioma que das no es la primera lengua de la clase que tienes delante, la pesadilla ya es completa. ¿Para qué les voy a explicar el past perfect si no saben cuándo se usa ni para qué? Horroroso.

Lo curioso es que, cuando soy yo la que está aprendiendo el idioma, necesito las normas gramaticales como Jack necesitaba la tabla a la que Rose no le dejó subir (porque sí, cabían los dos). No sé si es porque a mí me enseñaron con el método gramatical o porque ya tengo una edad y domino bien las normas de otros tres idiomas, o porque mi cerebro ya está en otro nivel de abstracción (y con la mitad de sus neuronas muertas o desconectadas, sobre todo si es lunes a primera hora). Pero con cerebros jóvenes y hormonas inquietas, la gramática es una tortura.

Aún así, hay que darla, porque es importante que entiendan cómo funciona la lengua, o por qué no pueden decir “si sería”, o “I can has cheeseburger”, a no ser que seas un gato. A lo largo de los años he ido descubriendo algunas técnicas que funcionan mejor que soltar la chapa y ponerles luego a hacer ejercicios, y aquí os traigo una pequeña muestra de ellas. Algunas sirven mejor para lengua extranjera, otras para lengua materna, pero creo que a todas les podréis sacar tajada si las adaptáis un poco.

¿Ejercicios? ¿Qué ejercicios?

Reconocedlo: si alguna vez os ha tocado dar inglés, habéis puesto cientos de ejercicios de fill in the blanks donde tenían que colocar el verbo en tercera o primera persona. (Dichosa letra ese, oye. Mira que es fácil, y lo que nos cuesta. ¿Qué tendrá que es tan difícil?). O les hemos dado esas interminables fichas en las que tenían que subrayar el sintagma / complemento directo / verbo / parte horriblemente aburrida de lo que quiera que estés dando, para luego corregirlo en voz alta con toda la clase.

(Madre mía, me he aburrido solo de escribirlo. He tenido un momento de sinestesia tal que hasta he bostezado).

En lugar de hacer esos ejercicios de manera individual, ¿por qué no convertirlo en un juego? Puedes usar un montón de programas informáticos, ya sea Plickers, Kahoot, o EducaPlay, y hacer una competición (amistosa) en clase, que seguro que los motiva mucho más que las dichosas fichas.

¿Que no tenemos recursos para llevar a cabo ninguno de esos juegos? No pasa nada. Una pizarra, un papel grande, una pared donde se pueda escribir con tiza, y a competir. Dos grupos, dos lados de una raya. “Escribid tantos verbos como os sea posible en un minuto”, por ejemplo, y después de un minuto se cuentan las palabras y se van sumando puntos.

¿Que no te gusta el caos que montan cuando juegan en grupo? “Os voy a leer una frase. Si créeis que debe llevar ‘have’, levantad una pintura roja. Si es ‘has’, levantad el verde”.

Dichosa «gamificación». O, lo que es lo mismo, meter un poco de vidilla a tu clase para que no te odien (tanto).

Encuentra el error

Llevas todo el año (o toda primaria, o los cuatro cursos de ESO) repitiendo las mismas reglas gramaticales. Se las tienen que saber ya al dedillo, es imposible que les quepa alguna duda, pero cada vez que les preguntas se lían y no son capaces de explicártelas. Qué he hecho mal, te preguntas, mientras te mesas los cabellos y te das de golpes contra la ventana. Dónde me equivoqué.

En la herramienta de evaluación, probablemente. El problema, muchas veces, es que les enseñamos con un objetivo concreto y los evaluamos de forma distinta. Si lo que quieres es que sepan aplicar la norma gramatical, dales oportunidad de hacerlo, pero no los pongas a rellenar huecos.

En lengua extranjera, por ejemplo, puedes pedirles que encuentren la frase que está bien escrita, y así te darás cuenta de si han interioridad la norma a un nivel en el que no son capaces de explicarte el porqué, pero sí aplicarla. (Bendito nivel). Plickers vuelve a ser una herramienta genial para esto, donde además unes la parte del juego.

También puedes darles frases mal escritas y pedirles que te expliquen la razón. Para rizar el rizo, vale intercalar frases que están bien. “Has ido a pillar, teacher”. Sí, qué pasa. Es mi trabajo.

Es importante recordar siempre para qué les estamos enseñando la dichosa norma gramatical. No es lo mismo enseñarla para que mejoren la expresión escrita en su propio idioma que para aprender a pedir un café en una lengua extranjera.

Las reglas no las he puesto yo

Hay una creencia muy extendida, tanto entre adultos como los que no lo son tanto, sobre que las normas gramaticales son cosas que las profesoras blandimos como cuchillos o guadañas sobre sus cabezas para hacerles suspender, pero que en realidad no sirven para nada. Es gente que confunde la gramática normativa de la descriptiva, algo muy normal cuando lo único que han hecho tus profes de lengua ha sido decirte “eso está mal porque lo digo yo”.

La gramática no es algo que se hayan inventado los Señores de la RAE (Señores con mayúscula, sí, y con cierto tufillo a naftalina). Las normas gramaticales, sin entrar en tecnicismos, son los cimientos que dan forma a una lengua y que todos y todas las hablantes de esa lengua conocemos, aunque no seamos capaces de describirlas con palabras.

Un nativo del castellano nunca dirá “la de la rota ventana habitación está”, porque sabe que el orden correcto de esta frase es “la ventana de la habitación está rota”. Ni siquiera una niña de tres años va a hablar así, aunque seguramente suelte un “está rompida” porque tiene razón, si siguiera las normas y fuera regular, ese participio sería “rompida”.

Esas reglas de funcionamiento, como un libro de instrucciones, están dentro de nuestro cerebro y son las que nos ayudan a hablar con corrección. La gramática descriptiva se limita a describirlas para poder explicárselas a los no nativos y poder justificar por qué se dice de una manera y no de otra.

Y luego venimos los profes de lengua y les machacamos hasta la muerte con normas que les obligamos a aprender de memoria, y solo conseguimos que se líen y desaprendan lo que ya sabían. Ay.

Una buena manera de evitar esto es dejar que sean ellos y ellas las que saquen conclusiones sobre una determinada regla gramatical. Aunque esto funciona especialmente bien en su lengua materna porque ya tienen la norma interiorizada, se puede hacer también en una segunda lengua con alguna de esas frases que repetimos hasta la saciedad todos los días.

En vez de explicarles que el sujeto y el verbo deben tener concordancia, por ejemplo, les enseñamos una serie de frases correctas y otras incorrectas para que sean ellos y ellas quienes encuentren la norma. En vez de repetirles hasta el agotamiento lo de “auxiliar, sujeto y verbo” de las preguntas del inglés, les mostramos las frases que usamos a diario bien escritas y mal escritas, y dejamos que lleguen a sus propias conclusiones.

Cuando nos damos cuenta por nuestros propios medios del funcionamiento de algo, el aprendizaje se fija mucho más que cuando nos la explican. Ya lo decía Confucio (creo; puede ser otro personaje histórico que vivió hace miles de años y que usa las redes sociales con gran habilidad): “Dime y olvidaré; muéstrame y podría recordar; involúcrame y entenderé”.

Y siempre será mucho más ameno, para todas las partes, que leerse un tocho insufrible que deberás encima aprenderte de memoria.

¿Qué trucos utilizas tú para enseñar gramática en clase?

¿Cuál es la parte de tu asignatura que menos te gusta y qué haces para no morir de asco cuando toca darla?

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