Qué semanita llevo, ¡qué semanita! No puedo decir que haya pasado nada grave, es simplemente que hay días que las gotas de agua, las tonterías sin importancia, se juntan y agolpan y terminan siendo un chaparrón que te empapa entera y te hace perder la perspectiva. Menos mal que todo lo malo se acaba. Menos mal que soy de las que aprovecha los calentones para escribir y desahogarse.
Ningún estado mejor que el hartazgo para retomar la sección «pataletas» que tanto me gusta. Hoy le toca el turno a la tecnología, a las TIC y a la brecha digital que se está formando, como siempre, entre los que más tienen y los que más necesitan. Perdonadme los exabruptos, pero es que estoy frita.
Y no hablo solo de la tecnología en referencia a mis alumnos y alumnas. Este año estoy pasando una media de ocho horas al día frente al ordenador, a veces más. El trabajo de dirección exige una dependencia absoluta de estos cacharros del demonio y de una (buena) conexión a Internet, así que las veces que se ha caído la red en el cole he sido incapaz de hacer nada. Si no tengo ordenador, mi trabajo no existe.
Aparte de esas horas, también lo utilizo en mi tiempo libre. Lo utilizo para escribir ficción, para escribir estos artículos que os traigo todas las semanas, para buscar material que usar en clase, actualizar el blog, formarme (como profesora, escritora y un largo etcétera, porque tengo un punto masoquista que ni yo comprendo) y trastear con distintas herramientas digitales que poder llevar al aula.
Porque, además de directora, profe de lengua y escritora, también soy la dinamizadora TIC en mi colegio.
Vamos, que a las seis horas de trabajo frente al ordenador entre semana le sumo, fácilmente, otras tres o cuatro por mi cuenta.
Y yo encantada, ojo (bueno, mi cabeza no tanto, porque hemos tenido un par de malentendidos con las pantallas, el viento sur y las migrañas). Me gusta juguetear con el ordenador, investigar y probar programas y apps nuevas. Le he perdido el miedo, por suerte, porque antes me aterraba (el mejor consejo que me dio un compañero de piso mañoso con los ordenadores: no puedes romper nada. Qué razón tenía). Desde que me pasé a Mac, y desde que muchas de las apps ya no necesitan ser descargadas, he dejado de estropear ordenadores a base de llenar el disco duro de virus.
Me gusta. Me entretiene. Me es útil.
Pero ni soy experta, ni sé más que mis compañeras, ni nací en la época digital, ni tengo un toque especial a la hora de descifrar cómo funciona un programa u otro.
Me encargo de las TIC en mi centro, simplemente, porque nadie más se atrevía a hacerlo, aunque hay mucha gente en el colegio que sabe más que yo. Nuestros conocimientos, sin embargo, no son suficientes para mantener los ordenadores del colegio. No sabemos de programación, ni de redes, ni somos capaces de formatear un disco duro. A lo más que llegamos (o que llego yo, vaya) es a preguntar a Google cómo se instala un nuevo programa, o cómo arrancar un ordenador que se ha apagado solo.
Y a veces ni eso, porque llevo un mes con una pantalla de inicio en chino en el ordenador del trabajo y NO SOY CAPAZ DE CAMBIAR LA P**A PÁGINA DE INICIO Y PONER GOOGLE.
Pero vamos, que normalmente me apaño.
Hasta hace unos años, esos conocimientos eran suficientes. Es más, hasta hace unos años, coincidiendo con la fiebre de las nuevas tecnologías, la administración pública hizo un esfuerzo para dotar de recursos a los colegios y concedió unas horas libres a la persona responsable del mantenimiento del equipo. Ordenadores nuevos, gente preparada, tiempo para trabajar… Una maravilla (según me han contado, porque yo todavía no era funcionaria. Creo que ni siquiera había vuelto de EEUU, y de eso hace ya 12 años).
(¿Doce años ya? H*STI*S).
Y entonces llegaron los recortes, esos que insisten que no se han notado en el aula “porque no hemos tocado las plazas de los profesores”. (No, no hay tormenta: eso que se oyen son mis carcajadas). Nos quitaron las horas de liberación que nos habían dado para mantener los equipos. La gente que se había preparado se cambió de colegio o se jubiló. Cortaron recursos en la administración. Nos dieron un teléfono donde un puñado de personas (y cuando digo puñado, digo cinco) se encargan del mantenimiento de cientos de colegios.
Los ordenadores fueron cumpliendo años. Se fueron estropeando.
Dijeron que no había dinero, así que los cambiaron por ordenadores peores, que a su vez se estropearon más.
Ahora dejan de sumar ordenadores en los centros, porque no dan abasto con el mantenimiento.
Pero la exigencia a los centros, los requisitos que se les piden a los equipos directivos, los conocimientos que se le exige al profesorado… todo eso sigue subiendo.
Y la brecha digital se está abriendo de tal manera que, en la escuela pública media, conseguir que los niños y niñas salgan con un nivel decente de competencia digital es poco menos que un milagro que recae en la suerte o falta de ella que pueda tener un colegio. Porque, al no haber una especialidad de informática en el grado que te capacita para ser profesor/a, igual que hay una especialidad de inglés o de educación física (hablo de primaria, claro), los colegios públicos dependen de una de estas dos cosas:
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La lotería en las adjudicaciones, donde pueden mandar a tu centro, por casualidad, a alguien que tenga buena mano con la informática, aunque no hay ninguna lista donde una pueda especificar que sabe algo, ni herramienta que mida ese conocimiento.
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La buena voluntad del profesorado y las ganas que tenga de echarse encima un proyecto tan duro y exigente como falto de ayudas.
Si en el claustro no hay nadie que sepa de informática, o que al menos le guste, nadie se va a encargar de tirar del carro.
Si hay mucha movilidad en el centro y la formación que se hace cada año para llevar a cabo el proyecto tiene que repetirse cada vez, no vamos a avanzar nunca.
Si a la escasa competencia digital del profesorado le sumamos un alumnado de origen socioeconómico bajo cuyo acceso a las tecnologías es limitado, la llevamos clara.
Por desgracia, esta es muchas veces la foto que nos encontramos en la escuela pública. Leo por ahí (sobre todo en Twitter, que es donde me “informo”) que los docentes tenemos que formarnos, que no podemos dormirnos en los laureles, que tenemos que estar más motivados/as para poder motivar a nuestro alumnado, que hay que estar al día en tecnología, en nuevas metodologías, en inglés, en [ponga usted aquí la nueva idea de bombero del gurú de turno]…
Y entonces llegas a clase y tu ordenador, que lleva en el colegio más tiempo que tú, decide que ese día ha dejado de funcionar.
O te pones a preparar una lección que “mola mazo” con Plickers y resulta que no va Internet. (Del wifi ni hablamos, porque usas tu propio móvil con tu propia tarifa de datos).
O el ordenador no lee tu pen-drive, porque tiene instalado Windows XP y tú ya tienes Windows 10 en casa y no son compatibles.
O mandas de deberes esa estupenda lección en Google Classroom y la mitad de tu clase te dice que no tienen ordenador, y los ebooks del aula funcionan tan mal que no ibas a solucionar nada dejando que se los lleven (además, tampoco tienen wifi en casa, así que pa qué).
Pero ojo, que la culpa es tuya porque no estás motivada. Tienes que formarte. Tus sobrinos saben más que tú, y eso sí que no. A ver si te pones las pilas con la tecnología, que tus alumnos y alumnas lo necesitan.
Por suerte, la mayor riqueza de la escuela pública es su profesorado. Esa gente que se lleva toda la mala fama de los supuestos expertos que nunca han pisado un aula, esa que disfruta de tantas vacaciones pagadas que cualquier día de estos va a cobrar por dormir, es la que tira del carro en el tema de las TIC, como en tantos otros temas.
(Y las familias, que no me olvido de las familias: las que todavía creen en la escuela pública, con todas sus virtudes y defectos, a pesar de saber que no les vamos a dar “tablets” y que el ordenador que usan en el aula tiene más años que su hija de sexto).
Igual que hay docentes que se llevan pilas de trabajos para corregir en casa, o que se pasan el fin de semana programando o preparando las clases al detalle, o que se quedan después del horario para dar ayuda individualizada a los y las que más lo necesitan, hay profesionales que meten horas y horas de su tiempo para asegurarse de que la brecha digital entre la escuela pública y la privada o concertada no se convierte en un océano.
Buscan la manera de hacer más con lo poco que tienen. Se quedan en la escuela peleándose con una conexión a Internet que no recuerdo haber tenido en casa desde los noventa. Comparten información y recursos con sus compañeros y compañeras. Van a cursos. Se forman y nos forman. Se coordinan. Abren la sala de ordenadores a la hora de comer para que los y las que no tengan medios en casa puedan hacer sus deberes en el colegio.
Lo sacan todo adelante con el sudor de su frente y el peso de un carro enorme a sus espaldas.
Pero quizás ha llegado la hora de dejar de exigir siempre al que más da. Quizás ha llegado la hora de denunciar, otra vez, que los que más tienen reciben más, y aquellos que más lo necesitan se están quedando atrás. Que los colegios públicos con un alumnado acomodado pueden permitirse hacer proyectos digitales incluso sin buenos recursos en el aula, pero esos cada vez escasean más y los que acogemos a todos necesitamos que nos echen un cable.
Un cable conectado a algo claro, no al cuello para ahogarnos.
Nadie niega que estamos viviendo una revolución similar a la industrial en su momento.
Que necesitamos un cambio de metodología y la tecnología nos puede ayudar, tampoco.
Y, por desgracia, que la escuela pública, con respecto a las TIC, se está quedando a años luz de la concertada y la privada es una realidad tan obvia como hiriente.
Algo que, por nuestro bien y la generación que viene detrás, no podemos permitir.
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