Blog Dar clase sin morir en el intento

El gran negocio de la educación

2 mayo, 2018

Siempre he sospechado que la educación es un gran negocio para algunas empresas, pero estos meses en dirección me están abriendo los ojos más que veinte años (y pico) en el tajo. Las nuevas tecnologías y la innovación mal entendida han creado tantas empresas que quieren lucrarse de la educación que a veces da miedito.

Cuando era nueva en esto, allá por el pleistoceno, en muchos colegios se oían ya voces que abogaban por eliminar los libros de texto de las aulas. Todavía no estaba muy de moda lo de los proyectos, aunque ya había alguna escuela que los ponía en práctica, pero sí que se hablaba de lo mucho que utilizar un libro cerrado condicionaba lo que se daba en el aula. Yo, como buena novata que quería cambiar el mundo, era una de estas voces.

Y entonces algún compañero o compañera de cuya cara ya no me acuerdo le dio la vuelta al tema. ¿Qué pasaría si los libros de texto dejaran de existir? ¿Cuánta gente se iría a la calle? ¿Cuántos puestos de trabajo desaparecerían de la noche a la mañana? ¿Quería ser yo, me decía, la responsable de que varias familias perdieran el sustento porque decidía no utilizar libros de texto en mi clase? ¿Sabía cuántos miles de personas había detrás de cada uno de esos libros?

Como era joven, inexperta y muy, muy torda, me callé y admití que no le faltaba razón. Si todos los docentes nos poníamos a crear nuestros propios materiales, toda esa gente que vivía de los que ahora utilizábamos ¿dónde iba a ir? ¿Cómo iba a cargar yo con la responsabilidad de dejar sin comer a tanta gente?

Ahora que tengo unos años más, le contestaría que la escuela pública no tiene por qué hacerse cargo de las empresas privadas, que en quien tiene que pensar es en el alumnado y no en cuánto gana o deja de ganar una imprenta. Que lo que nos debe importar es la educación, no todos los chanchullos que se cuecen a su costa, vaya.

Bueno, para eso tengo este blog. Para contestarle ahora.

(Qué a gusto me he quedado, madre).

Nuevos tiempos

Hace veinte años (y pico), el gran negocio en educación se limitaba a los libros de texto, pero hoy en día las empresas que pretenden ganarse la vida con distinto material dirigido a las aulas abundan más que los caracoles en abril.

Todos los días nos llegan a la dirección del colegio docenas de correos electrónicos vendiéndonos algo (bueno, y algún que otro correo diciéndonos que, si le damos nuestros datos, nos van a ingresar 300 millones de dólares porque se está muriendo y no tiene familia a quien dejárselo, que digo yo, cómo han conseguido la dirección oficial del colegio, y por favor, ¿puedo cobrarlo en euros?). Estamos en las listas de correo de empresas tan inverosímiles como una que vende banderas nacionales y regionales “para celebraciones varias” u otra que intenta traer un espectáculo de zarzuela al colegio (y de cuya newsletter no consigo borrarme por más que lo intento); sin olvidarnos, eso nunca, de los varios bancos que han intentado colarnos “talleres de educación financiera” con apertura de cuenta de ahorros como clase final. (I shit you not).

No importa que nos demos de baja en la lista de correo, vuelven a aparecer. A veces nos llegan tres correos seguidos de la misma empresa. Es una jungla.

Por no hablar de las que llaman al teléfono. De esas soy mucho menos fan.

Ejemplos de negocio que os ruego NO imitéis

Programas piloto

A mediados de febrero, nos llamó una empresa que quería hacer una prueba piloto para un programa con tablets (sic). Como soy un poco dura de oído y la chica me recitaba el mensaje aprendido de memoria, al principio le entendía que quería hacer una prueba para un programa “contable”, a lo que yo le dije que no, gracias, ya nos apañamos con Excel. (Me reí cosa mala después. Ay, qué malo es hacerse mayor y por qué no heredé los ojos verdes pero sí la sordera).

Le dije que no de todas las formas que supe, pero ella no cejaba. La conversación fue algo así:

—Es una prueba piloto para un programa nuevo para usar con tablets y…

—Mira, no sigas, no nos interesa. No utilizamos tabletas en el colegio.

—No, da igual, pero las ponemos nosotros, no os cuesta nada, es gratis.

—Pero, ¿cuál es el objetivo de esta prueba?

—Que veáis cómo funciona el programa que os vamos a enseñar.

—Ya, pero es que no vamos a comprar tabletas, así que no tiene mucho sentido hacer la prueba piloto si luego no vamos a usar ese programa.

—Pero si no tienes que comprar nada, es solo que…

—Que no.

Me costó cinco minutos colgar. Tuve que ponerme hasta borde al final.

Pues bien, esta señorita tan maja no tuvo suficiente con mi NO bien trabajado y volvió a llamar al día siguiente. Y al siguiente. Y al siguiente. Por casualidades de la vida, el teléfono siempre lo cogía mi compañera, y ella quería hablar con la directora, así que le decía que estaba en clase (aunque estuviera haciendo café) y que llamara a la una y media (cuando estoy en casa comiendo).

Así durante un mes.

Pero, ¡ay!, la semana pasada me volvió a pillar. No ella, sino una compañera suya.

Y volvimos a tener la misma conversación. La misma. (Incluida la confusión con el programa “contable”. Que soy lo peor).

Solo que esta vez, cuando me di cuenta de quien era, empecé de otra manera:

—Mira, ya le dije a tu compañera que no nos interesa. No usamos tablets.

—Pues no me consta que les haya llamado nadie. Pero da igual, porque…

Otros cinco minutos de mi vida perdidos.

Ordenadores, ordenadores, ordenadores…

Yo sé que los comerciales tienen un trabajo muy duro y, en la mayoría de los casos, un sueldo de mierda, pero es que el desfile de principio y finales de curso de gente que intenta vendernos algo es para grabarlo. Antes solo venían de las editoriales (sin cita ni nada, porque para qué, ¡hazme caso ahora!), pero últimamente los que nos acosan como si fueran moscas y nosotras rica miel son las empresas de tecnología.

Una grandísima parte de toda la publicidad que recibimos trata de vendernos ordenadores, pantallas digitales, “notebooks”, formación para el profesorado, programas chachi-guays que ni yo (encargada de las TIC en el centro) he oído mencionar en mi vida, y un largo etcétera.

El que más gracia me hizo fue uno que nos traía una oferta de Chromebooks (os pongo el enlace porque si compráis uno me llevo un porcentaje y me vais a hacer muy feliz, no porque les tenga especial cariño; ya que la educación es un negocio, a ver si me llevo yo un pedazo, leñe), que son muy bonitos y muy útiles cuando tienes una red wifi decente en el centro, pero completamente inútiles sin conexión a internet porque no te puedes descargar nada en el ordenador.

La oferta era tentadora, porque era verdad que estaban muy bien de precio, pero al multiplicarlo por todo el alumnado de tercero para arriba, la suma era considerable. El hombre se sabía todas las ayudas y los programas en los que teníamos que meternos para conseguirlas, eso sí, pero ni aun con esas.

—Hombre, siempre podéis pedir parte del precio a las familias…

Me eché a reír. Algunas no pueden con la cuota del material escolar o las excursiones y el hombre quería que les pidiéramos para ordenadores.

Angelico.

El gran almacén del triangulito verde

Disclaimer para quien no me conozca: soy muy de boicotear empresas, aunque mi capacidad de hacer daño sea ínfima y ridícula. Si los valores de una empresa no encajan con los míos  o tienes una política que no me gusta, no voy a comprar ni tu producto ni voy a aparecer en tu centro comercial. Mucho menos voy a hacerte propaganda.

El colmo es que una de estas empresas llamara al colegio para ofrecernos no sé qué y darnos las gracias por haber comprado no sé qué otra cosa (la dirección anterior, porque yo nunca permitiría una compra así con mi firma en la factura). Y, para agradecerlo, la mujer del teléfono (¿por qué son siempre mujeres?; ¿creerán que el tono de voz vende más?) me pidió nombre y apellidos para mandarme la tarjeta de su gran almacén con no sé cuánto dinero de regalo “para ti, para que te lo gastes en lo que tú quieras”.

Supongo que en este país en el que los regalos a cargos públicos son la norma, algo así parecerá lo más normal del mundo, pero qué queréis que os diga, a mí me sentó fatal y le dije un “ni se te ocurra” que me salió del alma. Cualquier regalo que venga al colegio debería ser para el colegio o, todo lo más, para que una persona particular compre cosas que le vengan bien en el trabajo (nos regalan agendas y calendarios a saco, y nos vienen de perlas).

O igual es que me dio rabia que fuera de esta empresa en cuestión, porque si llega a ser un cheque regalo para gastar en una cafetería “cuqui” no le hubiera puesto ninguna pega. O sí. No sé.

Haced la prueba y veremos, jeje. 

¡Y hasta tarjetas de crédito!

Si lo de la tarjeta regalo clama al cielo, lo de la semana pasada me dejó de piedra. Un banco intentó engancharme como cliente regalándome una tarjeta Visa Oro y dos billetes de avión a mi nombre. Le expliqué que estaba llamando a un colegio, pero no hizo falta porque lo sabía. Alucinó cuando le dije que no.

—Pero no le exige permanencia, y le regalamos dos billetes de avión. ¡Dos billetes de avión!

A punto estuve de preguntarle a dónde y si eran de ida y vuelta o solo de ida para dos personas, pero al final me limité a decir que no.

Demonios, tenía que haber aceptado. Aunque solo fuera para escapar de las empresas que intentan venderme cosas.

 

¿Qué empresa ha intentado acercarse a vuestro colegio que no tuviera nada que ver con educación?

¿Sabéis de algún otro gran negocio que dé el cante en la educación pública?

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