Cuando termine este curso cumpliré la friolera de veinte años trabajados. No sé si debería decir trabajados o cotizados, porque antes de tener el título de maestra también hice mis pinitos y no di cuenta a Hacienda de las 3.000 pesetillas que me llevaba al mes dando clases particulares; aunque también estuve siete años en Estados Unidos sin cotizar en España a pesar de currar como una bellaca, así que lo de cotizar tampoco sería correcto. Digamos que, desde que terminé la carrera y puedo llamarme maestra, han pasado ya veinte cursos, la gran mayoría de ellos dando inglés.
Veinte años. Ostrás. Con razón muchas veces pienso “esto ya lo he hecho yo antes”.
Tras tanto tiempo haciendo lo mismo (todo lo “mismo” que dar clase año tras año a grupos distintos en escuelas distintas, hasta en países distintos, pueda llegar a ser), una desarrolla sus trucos y aprende a base de ensayo y error lo que funciona y lo que no en una clase de inglés. Te das cuenta de que algunos elementos siempre están presentes (y aquí no hablo de esos elementos a los que nos referimos con un “¡vaya elemento!”, que también) y otros los vas descartando o los incluyes solo en momentos puntuales porque, aunque la costumbre nos ha hecho creer que son necesarios, a base de darte cabezazos contra la pizarra terminas viendo que no lo son tanto.
Hoy os traigo una lista de los elementos que no deben faltar en una clase de inglés, al menos a mi juicio. Lo de que cada maestrillo tiene su librillo es más cierto que la luz, y seguro que ahí fuera hay centenares de especialistas de inglés que no están de acuerdo conmigo, pero este es el patrón que la experiencia me ha ido dictando y lo que funciona para mí, al menos en primaria e infantil (secundaria es otra historia; creo que necesitaría otros veinte años de experiencia para lograr no meter la pata a diario). Lo comparto porque creo que le puede venir bien a la gente que empieza y ahorrar un disgusto a más de uno. Yo, desde luego, hubiera agradecido que alguien me dijera algo así cuando empecé.
Hazte entender. Como sea.
La primera regla no escrita de una clase de inglés es, por supuesto, que debe darse en inglés. Yo aprendí inglés en euskera, y no fue hasta la universidad que los profesores y profesoras utilizaron el inglés de forma sistemática al dar clase. (Sí, alguno en el instituto lo intentó, pero al ver nuestras caras de sorpresa terminaban rindiéndose). La presencia del idioma en el aula es fundamental, no solo porque una lengua se aprende a base de escucharla y usarla, sino porque, cuando hablamos, enseñamos mucho más sin darnos siquiera cuenta.
Pero a veces no es fácil. Si tenemos una clase con un nivel muy bajo, la tentación de pasarnos a su lengua materna es muy grande. No nos entienden, no somos capaces de explicar conceptos simples, no hay manera de que comprendan la actividad a la primera. He llegado a oír de profesoras que dijeron “como no me entienden, he decidido que voy a dar la clase en su lengua materna, y ya pasaré al inglés cuando me entiendan mejor”. ¿Y cuándo, exactamente, piensas que va a llegar ese momento si no están nunca expuestos a la lengua? La pescadilla que se muerde la cola.
Hay cientos de recursos ahí fuera, y hoy en día, con la tecnología, aún más. El más socorrido no necesita de ninguna inversión ni preparación: los gestos. Haz caras, habla con las manos, utiliza la mímica, haz el pino-puente si hace falta (y si eres capaz, claro). Vas a captar su atención mucho más que si solo utilizas tu voz y la comprensión va a ser mucho mejor. ¿Que se ríen de ti? Genial. Encima van a recordar lo que les has dicho. Está comprobado que, cuando les tocamos la fibra emocional, retienen mucho más. Haz el tonto, no te cortes.
Los dibujos en la pizarra (por muy esquemáticos y simples que sean) también ayudan una barbaridad. Además, los niños y niñas se lo pasan pipa intentando adivinar lo que estás queriendo decir, es como jugar al Pictionary en clase. Por supuesto, siempre puedes echar mano de las flashcards o imprimir la imagen que necesites del ordenador; si encima tienes la suerte de tener pizarra digital en clase, no te hace falta ni gastar papel. Utiliza vídeos si lo necesitas, pero no desprecies tampoco lo que mi profesora de pedagogía llamaba realia (no sé si es correcto, pero yo siempre lo he llamado así), o sea, objetos reales: si estás trabajando la ropa, por ejemplo, lleva camisetas, pantalones, faldas, calcetines… para que puedan manipularlo.
(Y si trabajas la comida y te toca la clase antes del patio, más todavía. Hazme caso. Tu estómago te lo agradecerá.)
Tampoco descartes la traducción. Si ves que el concepto es muy difícil, que vas a necesitar media clase para explicarles lo que significa, toma los tres segundos que te cuesta traducir la palabra y sigue. Pero no lo utilices como el recurso básico, sino como algo que guardas para las grandes ocasiones o los grandes temas. Un truco que yo uso mucho es buscar un sinónimo con base latina. Mi clase de tercero no entiende “holidays”, pero si les digo “vacation” todo el mundo asiente. Por supuesto, esa práctica ha provocado que los mayores, que ya llevan tres años conmigo y me conocen mejor que mi madre, me ofrezcan “bizcocheishon” cuando es su cumpleaños, o me suelten un “I no gustaison” en lugar de «I don’t like (cheese)» en un examen. Tiene sus riesgos, pero oye, el objetivo es la comprensión, ¿no?
Dales oportunidad de hablar
Fue Stephen Krashen el que mencionaba, hace ya décadas, la importancia no solo del comprehensive input sino del comprehensive output, o lo que es lo mismo: si quieres que alguien aprenda el idioma, tienes que ofrecerle un lenguaje que esté dentro de lo que pueda entender (comprehensive input), y a la vez tienes que pedirles que hablen en un nivel en el que se sientan cómodos (comprehensive output). Pero ojo, no me refiero a hacerles hablar en frases completas, repitiendo la estructura que hemos dado en el último tema; me refiero a hacerles necesitar comunicarse en el idioma, provocar una respuesta en ellos y ellas que necesiten compartir.
Esto va contra todas las clases de gramática que hemos sufrido recibido nunca, ¿verdad? “Do you like chocolate?”, te preguntaba la profesora. “Yes”, decías tú (porque ¡cómo no te va a gustar el chocolate!). Y ella podía hacer dos cosas: te ponía cara de “te falta algo” o directamente te soltaba “Yes, I do” y te lo hacía repetir. Y ay del pobre que cortara la ronda y dijera, emocionado “Yes, yes, me yes, me like chocolate, and vainilla, and almendra!”. Ese es, precisamente, el tipo de output que busco yo en mis clases. Respuestas instantáneas, que tengan como base la comunicación. ¿Que no son correctas? Todavía no, pero ya llegarán.
Porque, ¿cómo aprendimos a hablar nuestra lengua materna? Que levante la mano quien no haya dicho nunca “abrido”, “rompido” o joyas similares. Que levante la mano el padre o madre que no haya babeado con la primera vez que su niño o niña dijo “nena tere tete”. Sin embargo, cuando aprendemos una segunda (tercera, cuarta) lengua, nos piden que hablemos bien desde el principio, que no cometamos ni un fallo desde el primer momento en el que nos exponen a la lengua. No solo no es natural, sino que frustra y desmotiva. Y no hablo de los niños y niñas: no hay cosa peor que sentirte un desastre porque tus alumnos y alumnas no aprenden a la velocidad que (se supone) deben aprender.
Tenemos que hacerles hablar, provocar que necesiten hablar, cada uno a su nivel. Mi norma es que, con tal de hacerse entender en inglés, todo vale. Uno igual solo te puede decir “me hmmmm chocolate” mientras se acaricia la barriga, pero ahí estás tú para parafrasear y soltar la frase correcta. “Oh, do you like chocolate too? I like chocolate. I LOVE chocolate”. Los más avispados te van a pillar la diferencia entre “I love” y “I like” echando pipas, y lo mejor: lo van a utilizar. Porque pierden el miedo a hablar y a cometer errores. Y una lengua solo se aprende cometiendo errores.
Crea rutinas.
Estudiar un idioma que no dominas es agotador. De vez en cuando necesitas desconectar y mandar a la profe a la porra, hundirte en tu interior durante un par de minutos y volver con más fuerza. Si no habéis estudiado un idioma desde cero últimamente, os animo a que lo hagáis. Las dos horas y cuarto de alemán que recibía los martes y jueves eran las más largas de la semana, con diferencia. Y eso que yo iba porque quería; imaginaos que no os quede otro remedio.
Los niños y niñas desconectan, es normal. Por muy buenos estudiantes que sean, no pueden prestar atención todo el rato. Por supuesto, esto se soluciona creando actividades variadas que les mantengan alerta, pero aún así es normal que en algunos momentos se queden a su bola. Crear rutinas que les ayuden a encontrar su sitio en la clase cuando decidan volver al mundo de los vivos es muy importante para ellos y ellas, y no digo ya nada de los que tienen problemas de atención.
Si llevas ya unos años dando clase, tú misma te habrás creado las rutinas sin darte cuenta. En mis clases de infantil, por ejemplo, siempre leo un cuento, luego les explico algo (los colores, los números, los animales de granja) o hacemos un juego, y por último les doy una ficha para colorear que tiene que ver con lo que hemos hablado. Aunque nunca les he dicho cuál es la estructura de la clase, ellos y ellas ya saben qué viene después. Si cambio algo, protestan. “¿Hoy no hay cuento? ¿Y el juego? ¿No vamos a hacer animales?”. Les hace sentirse seguros, sobre todo a los más pequeños. Pero incluso a los de sexto les ayuda tener claro cómo se divide la clase. Las rutinas nos dan seguridad. Por eso seguimos usándolas en la edad adulta.
Incluye algo de lectura en cada clase
No hablo de libros, de textos largos, ni siquiera de cómics. Hablo de que tengan la presencia de la palabra escrita desde muy pequeños, que se den cuenta en cuanto empiezan a leer en castellano, euskera, catalán o gallego que el inglés tiene sus propias normas y no se parece en nada a los idiomas que ya conocen. Yo defiendo que en primaria debemos trabajar sobre todo el lenguaje oral, darles un primer contacto con la lengua que no esté unido a la palabra escrita, porque si aprendes a decirlo bien desde el principio luego no te vas a agarrar a la ortografía para pronunciar. Pero creo que sí es importante que, en cuanto tienen cierta comprensión, vean la palabra escrita y se vayan acostumbrando a cómo se escribe eso que ya saben decir.
Sin embargo, no soy defensora de incluir la escritura en los primeros cursos. Escribir en un idioma que no es el tuyo es una de las cosas más difíciles en el aprendizaje de idiomas. Al principio, cuando queremos escribir, traducimos, y cuando nuestra capacidad lingüística es muy limitada no nos damos cuenta de que no podemos expresar pensamientos complejos en la nueva lengua. Sí que hago ejercicios con ellos, los típicos de rellenar los huecos y demás, desde finales de primer ciclo, pero no les pido que redacten pensamientos propios hasta mucho más tarde. Por supuesto, si has hecho bien tu trabajo, los más avispados y avispadas se esforzarán por escribir frases simples aunque tú no se lo pidas. Igual que con el habla, tendrán la necesidad de comunicarse.
Input, input, input
Háblales en inglés. Ponles canciones en inglés. Utiliza vídeos, archivos de sonido, lo que quieras, siempre en inglés. Piensa en cuántas horas al día pasa un niño o niña escuchando su idioma materno antes de poder decir su primera palabra, y luego suma las horas que pasan contigo o expuestos al inglés. La diferencia es abismal, claro. Cuanto más inglés escuchen, más combustible tendrá su cerebro para hacer generalizaciones y sacar normas por sí solo.
Pero ojo: no vale cualquier input, tiene que ser de calidad. La pronunciación, la gramática, el lenguaje, todo tiene que ser adecuado. En la medida de lo posible, usa fuentes creadas por nativos. Busca vídeos con un vocabulario que tus alumnos y alumnas puedan entender con algo de ayuda, pero no algo que esté muy por encima de sus posibilidades (y tampoco muy por debajo, porque entonces van a estar muy a gusto viendo el vídeo, sí, pero aprender van a aprender poco).
Y siento mucho decirte que esto último te incluye a ti, la principal fuente de input que tus alumnos y alumnas reciben. Cuida tu pronunciación. Escucha cómo hablan los nativos, imítalos. Asegúrate de que tu gramática es correcta. Me da igual que estés dando clase a niños y niñas pequeñas, la calidad de tu inglés debe ser la más alta que puedas ofrecerles. Es ahora cuando están haciendo oído, es ahora cuando están pillando esa pequeña diferencia entre “Jess” y “yes”. Ve a clases de inglés, o de conversación, o júntate con ese amigo o amiga que tanto inglés sabe y que te puede echar un cable. Si no lo haces ya, ve las películas en inglés (con subtítulos si te hace falta, mejor en inglés que en castellano). Por favor, que no tenga que volver oír a un profesor de inglés diciendo “what building this is?” o “Aks me questions, please”. Por favor.
Combina las actividades
Piensa en la última reunión de una hora que tuviste, en la más aburrida que puedas recordar. Seguro que fue una en la que alguien empezó a hablar sobre un tema que no te interesaba en absoluto, soltando un rollo macabeo de esos que hacen que empieces a pensar en qué vas a comer hoy y qué clase hay esta tarde en el gimnasio. Cuando estás así de aburrida, es muy difícil volver a prestar atención incluso después de que la “chapa” haya terminado y hayan empezado a hablar de un tema muy importante. Para cuando consigues conectar otra vez, resulta que te han hecho responsable de algún marrón que nadie quería tocar ni con un palo.
(True story. Cómo no.)
En nuestras clases pasa lo mismo. Los niños y niñas, por definición, tienen una capacidad de atención limitada, menor cuanto más jóvenes. Si vas a contar un libro en la clase de cuatro años, más te vale que sea o muy corto o muy ameno; si vas a dar una lección de gramática en sexto (o en la ESO), más te vale hacerla memorable (poniendo ejemplos graciosos, por ejemplo), o muy corta, o participativa. Cualquier actividad en la que los alumnos y alumnas sean sujetos pasivos que dure más de un cuarto de hora está condenada al fracaso.
Tu clase tiene que ser dinámica. Un juego para introducir el tema, una actividad de listening que les ayude a concentrarse, una pequeña ficha o actividad escrita para que trabajen por su cuenta, una canción, una explicación breve sobre pronunciación seguida de un concurso de trabalenguas… No permitas que estén más de diez minutos haciendo lo mismo, que no se aburran, que no se desmotiven. Keep them on their toes, que dirían los nativos. Que estén despiertos y activos.
Disfruta tú para que disfruten ell@s
Cuando tú te lo pasas bien en clase, ellos y ellas lo notan. Te ríes y se ríen contigo (pero no te rías de ellos, claro), te ven emocionada con un juego y ellos y ellas también se emocionan. Con un poco de suerte estarás en esta profesión por vocación, y tienes que dejar que eso se note. Usa el humor. Cuenta anécdotas, chistes, noticias curiosas que has visto en la tele (en inglés, siempre en inglés). Sáltate los trozos del libro que creas que son infumables, ya darás esos contenidos de otra manera. Disfruta con tus peques. Recuerda que tienes uno de los mejores trabajos del mundo, que lo elegiste tú y que encima te quedan menos de dos meses para las vacaciones. ¿Cómo no vas a disfrutar? ¡Eres una privilegiada!
No Comments