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Educar en el feminismo: sí, se puede

16 abril, 2018

Hace unos días terminé de leer el libro Educar en el feminismo, de Iria Marañón. Cayó en mis manos casi de casualidad, pero llevaba meses con ganas de ponerme con él porque, aparte de llevar el feminismo como etiqueta personal, tengo la suerte de trabajar en un centro que se toma muy en serio la igualdad de género y los derechos LGTB+.

Mi intención era hacer una reseña del libro que poder encajar en la sección de “reseñas para docentes”, pero en seguida me di cuenta de que este libro estaba más dirigido a familias que a gente que trabaja dando clase. Tiene ideas muy interesantes que comparto al cien por cien y recomiendo a cualquiera con hijos e hijas que le dé un buen repaso, pero para el aula no lo termino de ver.

Claro que no por eso iba a dejar de hacer una entrada sobre feminismo. Anda que no me gusta poco el tema.

Tras la noticia de que el tribunal supremo ha declarado que las ayudas a colegios que segregan por sexos son legales, este tema está más de actualidad que nunca. Ahora resulta que poner a las chicas a hacer ganchillo mientras los chicos van a ver un estadio de fútbol no es solo aceptable, sino deseable, o que mandar a casa a una chica (o casi detenerla) porque se le ve la tira del sujetador o “su atuendo despista a los chicos, que no se pueden concentrar en los estudios” es lo más normal del mundo, porque ya se sabe que la educación de ellos es más importante que la de ellas.

A veces tengo la sensación de que unos extraterrestres viajeros del tiempo me han secuestrado y me han colocado en una época que no es la mía, porque no me puedo creer que estemos volviendo hacia atrás en ciertos temas de esta manera.

Educar en el feminismo, aunque muchos agentes de la sociedad lo nieguen, sigue siendo tan importante como lo ha sido siempre. No se trata de darnos palmaditas en la espalda porque las niñas de nuestra clase juegan a fútbol o los chicos visten de rosa, sino de empoderar a unas y educar a todos y todas en el concepto de que el ser humano no tiene que tomar el modelo masculino por defecto, y que “ser un chicote” no es el objetivo de una educación feminista.

Mucho más fácil decirlo que hacerlo, claro. Varios estudios demuestran que, por muy concienciadas que estemos, las personas que trabajamos en educación pecamos de los mismos defectos que el resto de la sociedad a la hora de tratar de distinta manera a una niña o a un niño. Gente que creía no hacer diferencias ha tenido que ver con horror su imagen grabada en vídeo siendo sexista de forma accidental, simplemente porque tenemos un montón de actitudes grabadas a fuego en nuestro día a día que es muy difícil quitarse si no somos conscientes de que lo hacemos.

Pero se puede, o al menos se puede intentar. Educar en el feminismo es ir tan a contracorriente que es normal que de vez en cuando las olas nos venzan y nos empujen hacia la playa. No se puede dejar de bracear en ningún momento, incluso cuando solo sirva para no perder el terreno que hemos ganado, no para avanzar. Pero hay que hacerlo. Porque el feminismo es tan necesario hoy como lo fue hace doscientos años, por más que nos repitan que no es para tanto y ya lo tenemos todo ganado.

Más de sesenta muertes de mujeres al año víctimas de la violencia machista.

Creo que con eso queda claro que no hay nada ganado.

Educar en el feminismo: más difícil de lo que parece

El primer paso cuando una persona quiere educar en el feminismo es la autoevaluación. De verdad os digo que, por muy feministas que nos creamos, todas las personas cometemos una serie de micromachismos (y de machismos sin micro) de los que no nos damos cuenta hasta que alguien nos los señala.

Amelia Barquín, profesora universitaria experta en temas de género y multiculturalidad con la que he tenido la gran suerte de formarme durante los últimos años, es la responsable de que en mi colegio las gafas violetas sean parte del uniforme. Con ella hicimos, entre otras muchas cosas, un pequeño experimento (muy personal y muy poco científico) en el que nos pidió que nos fijáramos con detalle en cómo tratábamos a los chicos y chicas en nuestras clases. En un cuaderno teníamos que apuntar cosas como a quién premiábamos más, o cuántos turnos de habla les dábamos a los chicos y a las chicas, qué tipo de lenguaje usábamos con unas y otras, etc. El objetivo era hacer una autoevaluación que luego comentábamos en grupo.

Los resultados de este estudio os sorprenderán, como diría aquel.

Nuestro experimento fue cutre-salchichero, pero fue suficiente para que nos diéramos cuenta de que, por ejemplo, damos más voz a los chicos, incluso sin darnos cuenta; de que perdemos antes la paciencia con una niña movida (y la calificamos de “movida” incluso si se mueve mucho menos) que con un chico; de que utilizamos palabras como “guapa, preciosa, bonita” con ellas y “campeón, grandullón, listo” con ellos; de que alabamos la ropa nueva de las niñas o su nuevo peinado, pero no el de los niños, o no al mismo nivel. Desde su más tierna infancia juzgamos a las chicas por su apariencia y aceptamos que “los chicos se pegan y las niñas se abrazan” como si fuera algo genético en lugar de cultural.

Lo hacemos todas. Lo hacemos todos. Incluso cuando nos decimos a nosotras mismas que no, yo no, qué dices, jamás.

Enmendando errores

El primer paso para educar a niñas y niños en el feminismo es ponerse las gafas violetas y enfocarlas a nuestro propio ombligo. Cuando somos capaces de darnos cuenta de las meteduras de pata de nuestro día a día, ya estamos en el agua, ya estamos nadando.

Claro que, para ver las meteduras de pata, hay que saber mirar. Y quizás necesitemos ayuda de fuera y alguien que señale nuestras incongruencias para que las podamos ver. Aceptar que no somos seres perfectos y paritarios duele, y quizás nos cueste un esfuerzo. Debemos escuchar cuando alguien nos diga que lo que estamos haciendo es sexista. No lo descartes. Mírate de verdad, dale una vuelta, asegúrate de que no tienen razón antes de pensar que no es verdad.

Y, incluso si decides que no tu gesto no ha sido sexista, piensa que a esa persona se lo ha podido parecer por cualquier razón. No la llames exagerada, ni le digas aquello de que “es que tú ves machismo en todas partes”. Spoiler: el machismo está en todas partes.

Una vez nos hayamos mirado el ombligo y nos hayamos dado cuenta de qué pie cojeamos (y cojearemos, vaya si cojearemos), ya podemos empezar a corregir nuestros pasos. Cada persona es un mundo y cada una mete la pata en un sito distinto, pero aquí os dejo una lista de errores bastante comunes incluso entre gente muy concienciada con el feminismo. El noventa por ciento de estos errores los he tenido que corregir en mí misma, incluso después de darme cuenta de que “feminista” no era un insulto y podía sentirme orgullosa de serlo.

  • Si no se lo dirías a un niño, no se lo digas a una niña. Al revés también funciona (y con personas adultas, aún más). “Siéntate con las piernas juntas”, “no te tires al suelo que te manchas el vestido”, “vaya señorita estás hecha”, “ya eres mayor para llorar de esa manera”, “eres el hombre de la casa”, “a las chicas no se les pega”… Reconocedlo, lo hemos dicho. Lo hemos hecho.
  • No alagues su físico, ni a unos ni a otras. Los y las niñas pequeñas ponen mucho valor en su ropa y se mueren de ganas por enseñarte su jersey nuevo, su corte de pelo nuevo, sus zapatillas. Puedes apreciarlas con un “qué zapas más chulas”, o “ya veo que te has cortado el pelo” sin decir “qué guapa estás”, “qué bien te sienta”. Les basta con que lo veas, que te fijes, sentirse especiales, pero no hace falta que le digas “pareces una princesa”. Las princesas que ellas conocen, los referentes de los cuentos, se pasan el día esperando al príncipe muertas de asco en el castillo. No queremos ese modelo para nuestras niñas.
  • Usa piropos neutros o usa los mismos con unas y con otros. Si a una niña de doce años le dices “cariño”, a un niño también. Si te suena ridículo llamarle a un niño así, piensa por qué. Tienen la misma edad, ¿por qué a una le das más cariño y apego que al otro?

(En euskera, una palabra que me gusta mucho es “laztana”, equivalente a “cariño”. La usaba a menudo con las niñas, hasta que me di cuenta de que con los chicos, a partir de tercero o cuarto, dejaba de usarla. En lugar de eliminarla, la empecé a usar con los chicos. Muchachotes de sexto que yo creía a vuelta de todo empezaron a abrazarme y a pedir mimos, y una madre me dijo que su hijo le había dicho, muy contento, que le había llamado “laztana” en clase. Lección aprendida).

  • La violencia no es aceptable en ninguna de sus formas. Los chicos tienen por costumbre “jugar a pelear”, pero cuando vemos a dos chicas llegando a las manos, normalmente la bronca va en serio y no les gusta que los chicos “jueguen” con ellas. Deben aprender otras maneras de relacionarse. No podemos normalizar la violencia de ninguna manera, y tienen que aceptar que, si le dan un cachete en el culo a una niña y ella se enfada, no es “una broma” (aparte de ser algo muy serio que no deberíamos dejar pasar).
  • Evita dividir la clase en grupos de chicos y chicas. Así, además, evitarás discriminar al alumnado trans.
  • El dichoso fútbol suele ocupar el noventa por ciento del espacio del patio. Es buena idea programar días sin fútbol durante la semana, aunque también ayuda llevar alguna actividad complementaria para que el alumnado más movido pueda desfogarse. Además, si aprenden un juego que les guste más que el fútbol, puede incluso que no haya que programar esos días. (Sí, siempre fui una soñadora. Qué le vamos a hacer).
  • Si tienes la oportunidad, pide a alguien que haga una auditoría feminista en tu clase para que te ayude a medir, de verdad, el tiempo que les permites hablar a los chicos y chicas, o las veces que llamas a unas y a otros, o cuántas veces les llamas la atención y por qué. Hazlo con una compañera con quien tengas confianza, porque oír los resultados va a doler.

Educar en el feminismo es complejo, muy complejo. Es luchar contra nosotras mismas, contra todo lo que nos han enseñado; es desaprender un montón de creencias que damos por ciertas y nunca lo han sido. El camino es largo, pero se empieza siempre por el primer paso. Solo el hecho de que queramos darlo ya nos hace avanzar.

¿Cómo trabajas el feminismo en tu clase?

¿Qué situaciones has tenido que corregir?

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