Si hay algo que se ha puesto de moda estos últimos meses es el concepto de la educación a distancia.
Por qué será. Qué cosas.
La nueva realidad que estamos viviendo ha provocado una avalancha de aplicaciones nuevas y nuevos usos de las viejas para poder aprender (y dar clase) desde casa. Ha supuesto la formación rápida y forzada del profesorado, que se ha visto utilizando herramientas que nunca ha usado de la noche a la mañana.
Que sí, que nos ha venido bien el reciclaje, pero imagina a una fontanera cambiando tuberías de forma laparoscópica desde su casa con el teclado del ordenador. Pues algo parecido nos ha pasado a los docentes. No ha sido fácil.
También sospecho, aunque no tengo estadísticas, que la educación a distancia ha provocado alguna muerte por PowerPoint.
A mí, desde luego, casi me la causa por exceso de Zoom.
Mucha gente ha aprovechado la coyuntura para, una vez más, poner en tela de juicio la labor del docente. ¿Es realmente necesaria una persona frente a la pizarra para que nuestros alumnos aprendan? ¿Somos sustituibles por un buen y completo programa de ordenador?
Mi respuesta quizás te sorprenda: depende.
Porque sí, creo que la educación a distancia ha puesto en evidencia alguna cosilla, como que la práctica y la repetición no necesitan necesariamente la presencia del profe. Y que una buena planificación con herramientas a distancia nos puede ahorrar un porrón de trabajo frente a la pizarra.
Educación a distancia:
¿Puede un robot hacer mi trabajo?
No se puede contestar a esta pregunta con un rotundo sí o no. Sobre todo porque también necesitamos ponernos de acuerdo en qué entendemos por robot. Yo no hablo de R2D2 o C3Po, sino más bien de la Roomba o la Termomix.
O, en el caso que nos compete, un ordenador con miles de programas que faciliten el aprendizaje desde casa.
Es posible que mi postura en este tema esté condicionada por mi propia experiencia como alumna. Estudié Magisterio de manera presencial, pero años más tarde me saqué la carrera de Filología Inglesa a distancia por la UNED. Solo iba a la facultad a hacer los exámenes, rara vez iba a las tutorías y me bastaba con los foros para aclarar dudas y presentar trabajos.
Fue la primera vez en mi vida que estudié a gusto. Y como una capulla, también, porque anda que no metí horas. Quizás se deba a ser introvertida. Quizás a que tenía un trabajo a tiempo completo y la educación a distancia me permitía organizarme mejor.
Esa experiencia, claro, no es aplicable a dar clase a distancia a niños y niñas. Aún no sé cómo se las apañaron las profes de Infantil para conectar con su alumnado a través de una pantalla. Yo recuerdo aquellos días como una lucha constante por mantener el contacto con mis peques, a los que no conseguía reunir nunca al otro lado de la cámara. No pude despedirme de ellos como es debido. No trabajaron ni una milésima parte de lo que hubieran trabajado conmigo en clase.
Trabajar con adolescentes o jóvenes adultos es distinto. Sí, el claustro de los institutos se ha pasado un año girando las fotos de los trabajos y leyendo redacciones en el asunto del email, pero la capacidad de organización de un adolescente es algo mayor que la de un crío de diez años (o debería, ejem). No dependen tanto de que sus padres les ayuden y tienen otros recursos para participar en clase o enterarse de qué tienen que hacer.
A partir de cierta edad, la educación a distancia, o más bien mezclada con la presencial (aquí la llaman blended learning), me parece no solo factible sino deseable.
No como lo hicimos el año pasado, que fue a base de improvisar y haciendo las cosas como mejor sabíamos. Escanear los documentos y hacer exámenes con la cámara puesta no es la educación a distancia a la que me refiero.
Pero colgar materiales de repaso en una plataforma que les permita hacer consultas o actividades que dan un feedback directo (un cuestionario de Google que les sirva para repasar, alguno de los mil programas que hay ahí fuera con preguntas de opción múltiple); la oportunidad de grabar un vídeo y contestar de forma oral desde casa, poder ver a la profesora dar la clase otra vez… Es una manera de alargar las horas de clase y permitir que incluso las familias puedan ver lo que sus seres de luz hacen en el instituto. Y ni siquiera tiene por qué suponer más trabajo si se hace de manera sistemática, planificada y departamental.
Con unicornios rosas y arcoíris de colores, lo sé. DÉJAME SOÑAR.
Son herramientas que no van a estar al alcance de todos, y ese es un problema gordo. Son herramientas que solo van a usar aquellos que ya repasan por su cuenta, los que preguntan dudas en clase, los que se preocupan por hacer las cosas bien.
Aun así, la educación a distancia como complemento de la presencial puede ser un buen as en la manga que debemos tener en cuenta. No solo porque esto aún no ha acabado, sino porque el mundo está cambiando y la educación también. Y, si no nos adaptamos, no sé si habrá robots los que nos sustituyan, pero que pasaremos unos años duros luchando contra el sistema es seguro.
Ahora solo falta saber por quién vamos a sustituir a una administración que nos obliga a ir siempre con el paso equivocado. Pero ese es tema para otro artículo (o una tesis doctoral).
Si eres profe y sueles pasarte por aquí, es más que probable que sepas que hay un libro nuevo que necesitas tener. Manual (in)falible de animación a la lectura está ya disponible y a un solo clic de tus dedos. También puedes pasarte por la sección Mis libros, donde seguro que encuentras algo que te interese.
Será por material de lectura. Aquí nunca falta.
No Comments