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Conciliación y escuela: ¿binomio insostenible?

26 enero, 2022

Algo se rompe dentro de mí cuando las palabras «conciliación» y «escuela» aparecen en la misma frase. Hace ya tiempo que me pasa, pero ahora, con la pandemia, esa sensación se ha multiplicado por mil.

Tenemos la dichosa costumbre de cambiar el significado de las palabras según nos convenga. «Conciliación laboral», en su origen, se refería a hacer cambios en las jornadas laborales para que las familias pudieran pasar más tiempo juntas. Facilitar cambios de turno, salir del trabajo para atender un niño enfermo, flexibilidad en el horario… Conciliar vida familiar y laboral para no desatender a tus hijos, vaya.

Pero ahora, el concepto de conciliación parece referirse a dónde dejar a los niño y niñas mientras las familias trabajan. Conciliación y escuela están de repente unidos de manera inseparable, y es la única forma en la que muchos padres y madres pueden permitirse ir a trabajar. «Necesito dejar al niño en el comedor por conciliación laboral», «Voy a apuntar a la niña a extraescolares por conciliación laboral», «¿No tenéis cuidado de niños antes de la hora de entrada? ¿Y la conciliación laboral?».

He visto niños y niñas de tres años pasar más de nueve horas en la escuela. Y los recogen los abuelos, porque los padres están trabajando.

 

Conciliación y escuela: ¿binomio insostenible?

Vaya por delante que no estoy culpando a las familias. Ni mucho menos.

Vivo en este mundo. Sé qué tipo de situación económica se vive en muchas casas. Yo nací en una época en la que el sueldo de mi padre daba de comer a cuatro, pagaba una hipoteca y vacaciones de verano (modestas) todos los años.

Ahora hacen falta dos sueldos y una hipoteca a 35 años en una casa de protección oficial para salir adelante. Sé que hace falta trabajar a destajo para llegar a fin de mes.

Este es un problema social grave, y la escuela está en medio. Conciliación y escuela son un binomio, dos palabras que no se entienden la una sin la otra. Me rechina hasta escribirlo, y hasta hace poco hubiera soltado varios redioses y exigido un respeto.

Pero estamos mal. Muy mal.

Apiretal y al cole

Hace unos días leí a una madre hablando de «trucos» que llevar a cabo cuando tus hijos están enfermos y no puedes perder días de trabajo. «Apiretal y al cole» era uno de ellos, y lo dijo sin rastro de sarcasmo. A mí se me dio un vuelco al corazón cuando lo leí. ¿Mandarlos enfermos, engañando la fiebre con medicación? ¿Qué tipo de madre es esta?

Pero seguí leyendo, y vi los comentarios de otras madres. ¿Qué haces cuando tu hija enferma y no puedes pedir el día libre? ¿Cómo se lidia con un niño enfermo si en el trabajo te van a quitar la paga del día?

Conocí a una madre divorciada que no podía venir a las reuniones con el tutor porque faltar al trabajo suponía ser despedida. Y era abogada, así que no me quiero imaginar a gente en situación más precaria.

«Apiretal y al cole» es la única fórmula que tienen algunas familias. Pedir favores en el trabajo es otra, pero no todo el mundo puede. Una conciliación real permitiría recuperar las horas perdidas empleadas en el cuidado en otro momento, pero no todos los trabajos lo permiten (¿cuándo recupera una maestra?). ¿Echar mano de los días de vacaciones? ¿Entrada flexible?

No tengo ni idea de cómo conciliar. Si lo supiera, créeme que no estaría aquí, estaría vendiendo mi fórmula mágica por todos los países occidentales, como si de la Coca-Cola se tratase. Pero creo que estos últimos meses se está entendiendo muy bien el peligro que supone la fórmula de «apiretal y al cole». Niños que contagian a niños, que contagian a abuelos que acaban en el hospital. Pandemia fuera de control porque no hay manera de separar conciliación y escuela. Maestras con ataques de ansiedad, equipos directivos desbordados.

Familias ocultando positivos para que no cierren el aula, porque qué hacemos con los niños. Profesorado echando pestes contra las familias, porque están poniendo en peligro la salud de todo el centro.

Unos contra otros

Somos una sociedad tan maravillosa que, en lugar de echarnos un cable, nos echamos los trastos a la cabeza.

En lugar de pelear unidos para que las familias tengan mejores condiciones que a la larga nos beneficien a todos, nos separamos en bandos. Los «con hijos» nos dicen que nunca sabremos lo difícil que es trabajar y tener una familia; los «sin hijos» decimos que sí lo sabemos, y que en parte por eso no los tenemos.

Darle el peor turno al que no tiene hijos porque hay que echar una mano a quien sí los tiene no es la solución. Hacer que quienes no tengamos hijos seamos parte del consejo escolar del centro «porque a ver qué hago con los críos si no», tampoco.

Esto solo nos pone a unos en contra de otros. Que es, precisamente, lo que buscan algunos. Si la clase trabajadora se pelea de forma interna, no le queda fuerza para darse cuenta de que te están cociendo lentamente.

Por supuesto, todos sabemos lo que supone tener menores en casa. Si tu hijo está enfermo, voy a cubrir tu clase las veces que haga falta. Si tienes que salir corriendo por una emergencia, yo hago tu patio. Si no has dormido porque el bebé ha llorado toda la noche, te voy a mandar a casa en esa última hora del día que tienes libre.

Como directora, firmé partes de baja de compañeras que tuvieron que quedarse en casa porque sus hijas tenían fiebre, igual que a mí me las firmaron por esas migrañas que no te permiten ir al ambulatorio a por un justificante.

Pero no deberíamos depender de que las compañeras te echen una mano, o de cargar a otros para poder hacer tu labor de cuidadora. Vivimos en un sistema de mierda en el que la conciliación depende, en exclusiva, de la buena fe de la gente. Y no debería ser así.

Conciliación y escuela van de la mano, y poco a poco la escuela va perdiendo su función educadora y se va convirtiendo en un aparcaniños, el lugar en el que dejar a los críos mientras las familias trabajan. Ya no importa que les vaya bien, que aprendan, que hagan amigos. Lo importante es que la escuela no cierre porque si no, qué hacemos con los niños.

Clases de nueve alumnos que normalmente tienen 25, que no se cierran porque los padres no dan parte del positivo, «es solo gripe». Niñas con fiebre fingiendo que no la tienen. Peques de cuatro años acurrucados en un rincón del aula porque el dolor de tripa no les deja jugar.

Y no hay nadie que pueda venir a buscarlos hasta la hora de comer. Porque es cierto que se juegan el puesto. Porque los cuidados no importan, solo la producción, y cuando hay que pagar el alquiler se hacen sacrificios.

Y así nos va. Y peor nos irá, como no recuperemos la importancia de los cuidados y  conciliación y escuela dejen de ser un binomio insostenible.


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Si lo que buscas lectura de entretenimiento,  Armarios y fulares conseguirá hacerte reír. O también puedes averiguar qué es lo que pasa en un fin de semana entre amigos en Antes de que todo se rompiera.

Como siempre, gracias por estar ahí. Gracias por leer.

 

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