Hace unas semanas visité el museo del Prado por primera vez en mi vida adulta. Llevaba años con ganas de ir, pero cada vez que iba a Madrid me vencía la pereza, tenía demasiado ocupada mi agenda social o, simplemente, no era el momento de hacerlo. Pero por fin fui, alquilé una audioguía y me recorrí el museo de cabo a rabo. Me hizo una ilusión tremenda reconocer más artistas y obras de las que pensaba que conocía. La gocé como una niña, aunque el dolor de piernas me duró toda una tarde.
Mis conocimientos de arte se reducen a las clases de Historia del Arte que di en el instituto y la curiosidad que siempre me ha producido. Que una persona sea capaz de crear algo tan perfecto como cualquiera de los cuadros que atiborran las salas del museo me provoca ansiedad y una envidia malsana que le da a mi piel un tinte verdoso nada favorecedor. Se me pasa en cuanto me doy cuenta de que al don con el que nacen los genios se le tienen que sumar horas y horas dedicadas exclusivamente a la pintura, a la escultura o a lo que quiera en lo que uno se quiera convertir en genio.
Yo decidí ir por otro camino, el de la escritura. Quién sabe qué hubiera sido de mí si, en lugar de pasarme las tardes de mi infancia leyendo y escribiendo, las hubiera pasado pintando y dibujando.
(Probablemente nada. Como tampoco ha pasado nada conmigo en la rama de la literatura, seamos sinceros. Pero que me quiten lo bailado leído y escrito).
El arte (el buen arte) tiene algo mágico que atrae a cualquiera con un mínimo de sensibilidad, y yo soy de las que cree que esa sensibilidad se debe trabajar también en el aula. Sentarnos ante una imagen que nos cautiva pone en marcha nuestro cerebro de una manera que no consigue hacerlo ninguna otra técnica. Aprender a mirar una obra de arte es aprender a observar nuestro alrededor. Y es increíble cuánta gente va por la vida sin saber mirar lo que le rodea.
Aparte de esa observación, que es privada e íntima, las obras de arte nos suelen hacer querer hablar. Queremos dar nuestra opinión, explicar qué detalle oculto hemos descubierto, dárnoslas de listas o de tontos al expresar “pues no sé qué tiene este cuadro para ser tan famoso”. Por bueno o por malo, una obra de arte nos hace hablar.
Y nos inspira. ¿Cuántos bancos de imágenes puede haber en internet dirigidos expresamente a servir como temas de escritura? Que levante la mano la persona que jamás haya imaginado la vida del protagonista de un retrato. ¿Cuántos libros se han escrito sobre quién puede ser la misteriosa dama tras el retrato de La Gioconda? Pero ahí seguimos (o siguen), quitando las pocas horas de arte y plástica que nos quedan ya, eliminando cualquier conexión que nos haga disfrutar de algo tan necesario para el ser humano que fue el primer rastro que dejaron nuestros antepasados en las cuevas. Si no es ma-me-mi-mo-mu o tresporcuatro, no vale.
Incluir el arte en la clase de lengua(s)
Como no nos dejan trabajar el arte por el arte, habrá que colarlo de “estrangis” en otras asignaturas y utilizarlo como herramienta para conseguir un objetivo. Tanto en la clase de lengua (castellano o cooficial) como en la de inglés, francés o el idioma extranjero que te toque dar, el uso de obras de arte da resultados excelentes. Y lo mejor de todo es que no te a suponer trabajo extra. Puedes echar mano del arte para hacer cualquiera de estas actividades, que seguro que ya llevas a cabo igualmente.
Descripción
Esto funciona muy bien cuando tu clase no domina muy bien el idioma que estás dando, pero también es válido para el idioma materno. Necesitas enseñar unas pocas frases para darles las herramientas necesarias para describir una imagen. En inglés, por ejemplo, puedes usar las preposiciones más básicas y tener una pequeña lista de expresiones como “on the upper right hand corner”, “at the bottom of the picture”, “right in the middle” que puedes colocar alrededor de la imagen que toque describir.
Aunque es una actividad que se puede hacer tanto oral como escrita, recomiendo hacerla solo a viva voz. Cuando escuchan lo que piensan los demás sobre la imagen, tienden a discutir (de forma civilizada, esperemos) y a defender su opinión, o cambian la suya cuando se dan cuenta de que se les ha escapado un detalle. Para los adultos que estamos con ellos en clase, es maravilloso ver cómo llevan el arte a su terreno y qué tipo de cosas ven que a nosotras no se nos hubiera ocurrido nunca.
Un truco que parece una tontería pero que nunca hacemos: oblígales a tomarse su tiempo. Muéstrales la imagen (o la escultura, si tienes una) y no permitas ni una sola palabra durante un minuto, durante el cual solo pueden mirar. Siempre vamos acelerados en clase, siempre tenemos prisa por empezar a hablar. Respira. Piensa. Disfruta.
Opinión
Creo que no hay una competencia, entre todas esas que tenemos en el currículum, para aprender a discutir sin faltar al respeto, pero debería. Tienen tantos ejemplos horribles en televisión sobre cómo no dar una opinión que es fundamental trabajar esto en el aula. El arte nos permite hacer eso con un tema lo suficientemente neutro para no levantar pasiones.
Provocar un debate en clase es muy fácil, lo difícil es mantenerlo centrado en el tema. Se les pueden mostrar dos imágenes y pedirles que elijan la que más les gusta y lo defiendan con datos objetivos (todo lo objetivo que puede ser el arte). Una actividad que suele encantarles es decidir, entre un montón de imágenes (la foto de un coche, de un muñeco, del David de Miguel Ángel) qué es arte y qué no, y explicar el porqué. (Es genial escuchar sus razonamientos, sobre todo porque tienen razón la mayoría de las veces).
Con una actividad tan sencilla como esta estamos trabajando muchas más cosas aparte de la expresión oral. Les estamos enseñando a apreciar el arte, a pensar por sí mismos y a rebatir opiniones. ¿Os imagináis, ayudar a nuestro alumnado a desarrollar un sentido crítico? Eso sí que sería una revolución en la escuela, y no las dichosas pizarras digitales.
Convertirlos en artistas
Dejarles crear algo con sus propias manos es una forma maravillosa de impulsar su creatividad. La tecnología está bien, y sí, les encanta hacer vídeos y power-points de sus cantantes favoritos, pero mancharse las manos de arcilla, plastilina, pintura o pegamento sigue siendo una gozada a cualquier edad. (En serio, a cualquier edad. A mí me encanta).
Después de haber visto, descrito y juzgado una obra de arte, es hora de que creen la suya. Pero no porque luego tienen que presentarla, describirla o escribir sus motivos para haberla hecho así y de ninguna otra manera (que también van a hacerlo, porque estás en clase de lengua), sino por el mero placer de crear algo bonito, original, propio e irrepetible. Algo de lo que se sientan orgullosos y que quieran mostrar al mundo.
No todos los niños y niñas son escultores maravillosos ni pintan bien. No todos van a disfrutar igual con la experiencia. Pero el placer que se siente al crear una obra de arte va a ser el mismo, si lo hemos trabajado bien. No debemos olvidarnos que el arte es otra forma de expresión, y muchos de los que no abren la boca en clase (porque no saben, no entienden o no quieren) nos dejarán de piedra al hablar con las manos.
El arte debe ser parte integral del currículum, y si no lo es debemos colarlo. Bastante gris es el mundo que rodea a muchos de nuestros alumnos y alumnas para negarles una de las cosas que más placer causan al ser humano.
¿Le haces hueco al arte en tus clases de lengua o idiomas?
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